Extremismos inquietantes

La humanidad demuestra un intento continuo de volver al autoritarismo, al cambio radical, a las posiciones extremas. No importa el color de los extremos, lo que se reclama es que venga una solución fuerte.

Los tiempos de crisis promueven extremismos inquietantes.

¿Será que los seres humanos se sienten atraídos e incluso atrapados por un eterno retorno? ¿Será que un desarrollo económico desequilibrado e injusto, desestabiliza también la identidad de los países?

¿Qué define en el mundo moderno a la extrema izquierda o la extrema derecha, al populismo o al liberalismo?

¿Resisten estos conceptos las definiciones al uso?

Hungría, decimosexta economía del mundo, se ha ubicado en uno de estos extremos. Viktor Orbán, primer ministro, ha personalizado este autoritarismo, que no deja de tener color nacionalista, excluyente e incluso xenófobo. Pero al mismo tiempo ha luchado por la identidad del país, por el crecimiento económico y la calidad de vida de los húngaros.

Todos los países tienen una soberanía que les es intrínseca, por la cual pueden establecer las propias reglas del juego en su territorio, de acuerdo con los principios universales y lineamientos generales establecidos por organizaciones como la ONU. Pero una cuestión es tener reglas propias y otra el rechazo a las minorías o a los refugiados que en buena lid buscan un lugar donde vivir y ser productivos.

Polonia, es otro de los países que parece estar en esta línea. La vigésima quinta economía del mundo, que ha logrado una metamorfosis extraordinaria del sistema comunista al libre mercado, se encuentra ahora, bajo la autoridad de Mateusz Morawiecki, en un nacionalismo de derecha muy cercano a posiciones extremas. Polonia reclama continuamente el nacional catolicismo, que tiene elementos positivos pero también desarrolla posiciones extremas y teocráticas.

Donald Trump, presidente de la economía más grande del mundo, representa el modelo más evidente de líneas extremas. Iluminado por una ideología pragmática de defensa de la América profunda, ha flotado el barco americano hacia el sueño de siempre: Make America Great Again. En esa perspectiva, el plan se ha centrado en conservar puestos de trabajo, mejorar la economía, castigar los acuerdos comerciales internacionales y bajar los impuestos. Un andamiaje simple para la construcción de un edificio aceptable para el americano medio, aunque se pueda derrumbar a mediano plazo.

La sorpresa de la llegada a la presidencia de Brasil de Jair Bolsonaro, rompe otro de los esquemas de las grandes economías latinoamericanas. Brasil, ubicada en el noveno lugar, y muy tocado por el cáncer de la corrupción, no parecía dar un vuelco político tan impactante. Hoy lo preside un ex militar, cristiano y de ideología de extrema derecha, cuyas decisiones de gobierno serán sin duda sorprendentes.

El bajo nivel de satisfacción con la democracia (16% México y 9% Brasil, de acuerdo con el Latinobarómetro 2018), podría ser un termómetro para analizar qué tipos de gobierno se elegirán en los seis comicios presidenciales que se llevarán a cabo en 2019 en América Latina: Argentina, Guatemala, Panamá, El Salvador, Uruguay y Bolivia. De todos, únicamente Uruguay puede considerarse como “democracia madura”, de acuerdo con The Economist. Mientras que Guatemala y El Salvador ocupan los dos últimos lugares de satisfacción con la democracia en la región.

México venía anunciando desde hace 18 años la llegada de Andrés Manuel López Obrador, un hombre surgido en la tradición del PRI y que recuerda posiciones presidenciales de los años setenta. Un regreso importante a un modelo estadista, con un discurso provocador, parece mover a fondo al país, a los mercados y a la moneda mexicana.

Austria, Italia van por el mismo camino.

Si analizamos todos estos países y sus respectivas realidades socioeconómicas, es evidente que necesitaban un cambio de timón, una brújula definida. Parece clara la necesidad de una autoridad que controle la corrupción, la seguridad, la certeza económica y en algunos casos la inmigración ilegal, pero es de esperar que no se conviertan en autoritarismos que ejerzan el poder desde los extremos.