Columnas
Conocí personalmente al ministro Cossío en los pasillos de la Suprema Corte, lugar donde ha trabajado desde el 1 de diciembre de 2003. Recuerdo que yo caminaba sintiéndome perdido por los corredores de Pino Suárez 2 buscando mi próxima oficina -en la ponencia del ministro Ortiz Mena- cuando el Doctor Cossío me gritó amistosamente por mi nombre y me invitó a platicar a su oficina. Me dijo que había leído algunos de mis tuits y me preguntó cómo veía a la Corte. Una conversación que debió durar 2 minutos por su apretada agenda nos tomó más de una hora.
Por supuesto que yo conocía a Cossío desde antes: en sus libros, en las sesiones del Pleno, escuchando las anécdotas de sus alumnos en el ITAM. Se hablaba de él como de los grandes juristas: culto, inquieto, inteligente. Esas características aparecen en sus libros y están en sus intervenciones. Y agregaría otra, de la que poco se habla, pero que dice tanto de él como las demás: es un hombre que se ríe y disfruta hacer reír. Un hombre más alegre que el funcionario conocido públicamente.
En mucho más de un sentido, la Suprema Corte que tenemos hoy se la debemos a José Ramón Cossío. Revivió un documento jurídico que era hasta entonces una carta de buenos deseos y de intenciones pulcras. Un programa de gobierno más que un conjunto de procedimientos, órganos y contenidos. Antes de ser designado como ministro, Cossío se había dedicado a enseñar, escribir y pensar la Constitución. El país le dio la oportunidad de interpretarla, juzgarla y, sobre todo, defenderla.
Se va del Poder Judicial un servidor público intachable. Tuve desacuerdos de fondo con algunos de sus votos -después de quince años cómo no estarlo- y con algunos de sus razonamientos. Pero se va sin un solo señalamiento de corrupción, de abuso de poder o exceso en el ejercicio de sus funciones. Se va uno de los que ya no quedan muchos.
El profesor prestado a la judicatura -como él se ha definido- termina hoy su estancia en la Corte. Tras quince largos años, vuelve de tiempo completo a la academia; regresa, quizás, a hacer lo que más disfruta: leer, enseñar, investigar. A pensar. Retorna a la academia a hacer lo que le dijo en entrevista a María Scherer lo que para él representa: la posibilidad de preguntarse porqué, porqué y porqué.
En alguna entrevista le escuché al profesor Cossío decir que cuando llegó a la Corte la Constitución estaba un poco adormecida. No cabe duda, después de quince años, que el ministro José Ramón Cossío le dio vida.
No es, desde luego, un legado menor. Todo lo contrario. Y por eso creo que todos, en algún grado, le estamos profundamente agradecidos.