Columnas
El “gasolinazo” francés de noviembre de este año tuvo consecuencias políticas y sociales, que hacen palidecer a su equivalente mexicano de enero de 2017. Los precios de los combustibles han aumentado más de 15% en el último año, principalmente por los impuestos. Adicionalmente, el gobierno francés había programado un alza a partir del primer día de enero de 2019. No obstante, esta decisión se volvió insoportable para ciudadanos, que adoptaron como símbolo de su descontento el chaleco amarillo (gilet jaune), indumento de los trabajadores en las obras.
El alza fue sólo el detonador del descontento que prevalece entre las clases medias y populares de su antipatía contra el gobierno. Los “chalecos amarillos” instalaron barricadas en el centro de París y usan un sitio electrónico llamado “Francia en cólera” para transmitir exigencias y difundir propuestas. Las más importantes son el aumento generalizado del salario mínimo y la preservación de los servicios públicos, pero han ido más lejos al exigir la renuncia del Presidente y la supresión del Senado.
Hoy Macron tiene en contra a la opinión pública. La mayoría de los ciudadanos de su país no aprueban sus medidas económicas y critican la intransigencia de su gobierno frente al movimiento de protesta. Según una encuesta (Ifop-Fiducial, 4 de diciembre) alcanzó la desaprobación de 76% de los franceses; tan sólo en los dos últimos meses ha perdido diez puntos. Esto se debe a que la mayoría de los entrevistados ven de manera favorable la movilización (de la simpatía superficial al respaldo), sin importar su tendencia política, salvo entre quienes votan por el partido del Presidente. El malestar ha unido a los líderes de los extremos –a Mélenchon y a Le Pen– y los han catapultado como cabezas de la oposición.
La organización de los grupos afectados logró — temporalmente— revertir la medida impopular. El gobierno reculó el martes 4 de diciembre, retrasando por seis meses el alza, con la esperanza de desarticular a los manifestantes. Sin embargo, la movilización sostiene tantas causas, que bien podría debilitarse en un par de semanas o agudizarse en un mes.
En 2017, Emmanuel Macron asumió el poder y se afianzó en él, gracias a la reconciliación de su carácter financiero con su espíritu filosófico. A pesar de no militar en ningún partido tradicional, logró una mayoría parlamentaria cómoda que le permitió llevar a cabo reformas extensas. Un año y medio después, el gran seductor de la política internacional se enfrenta a la Francia profunda en el caos del centro de París donde se prenden piras, se saquean negocios y se mancillan monumentos. Macron conoce el devenir de la historia, ¿mirará en los “chalecos amarillos” a las turbas parisinas que defenestran a los gobernantes desde 1789?