Columnas
La alegría de quienes votaron por AMLO y que el sábado lo vieron cruzarse la banda presidencial, fue inmensa y se desbordó a lo largo de esa tarde. Afuera de su casa y durante el recorrido rumbo a la Cámara, la felicidad de la gente y la esperanza que depositaron en el gobierno de ese hombre fueron inocultables. Más allá de acarreados o espontáneos, es innegable que el tabasqueño ha provocado pasiones como ningún otro político en la historia moderna del país.
Los símbolos fueron cuidadosamente colocados en la escena; desde el automóvil sencillo en el que se trasladó, hasta la posibilidad de que cualquiera se le acercara peligrosamente en el trayecto (para saludarlo o inyectarle ánimos). Al mismo tiempo, la residencia oficial de Los Pinos fue abierta al público; lo que sin duda hizo sentir a los turistas que, finalmente, los gobernantes alejados del pueblo habían sido desterrados .
Populista, claro que los es. Miente en la cara, también. Pero es un hombre que se identifica con la gente, con sus aspiraciones y reclamos. Por eso fue una gran fiesta; y estaría fuera de lugar intentar aguarla, además de que no está en mi ánimo. Se lo ganó, se lo ganaron. Ya mi posición está más que clara respecto a su crítica al “neoliberalismo”; que por cierto permitió a muchos de sus colaboradores vivir cómodamente en Europa, hospedarse en Las Brisas, o tener a sus hijos estudiando en el extranjero.
López Obrador es querido por un inmenso número de mexicanos, a quienes nadie volteaba a ver seriamente. Pero es importante destacar que hubo dos tipos de votantes que favorecieron a AMLO: unos, que estaban hartos de la inseguridad y la corrupción; y que votaron con el estómago. Y los otros, que también lo hicieron con la panza, pero porque la tenían vacía.
Así fue que ganó, y por eso tuvieron grandísima celebración. Lamento sí, la zalamería que escuché en las transmisiones televisivas (que me indican que todo cambió para seguir igual). Pero ya habrá tiempo para padecer los vuelcos que quieran dar hacia el pasado; fórmulas que no funcionaron y que con voluntarismo menos lo harán.
Ahora curiosamente recuerdo cuando mi padre vivió en Tabasco muchos años (en tiempos de González Pedrero). Cada que volvía de visita, decía que por allá “en la mañana te lo inventaban y por la tarde te lo comprobaban”
Pero yo mejor me quedo con lo que me decía mi abuelo: “La fiesta siempre es buena cuando es corta”. Por lo que merecen disfrutarla y obviamente mi deseo es que la resaca no sea tan severa.