Columnas
“Lo que sigue no está claro” cabeceó antier el New York Times en referencia al Brexit. 118 parlamentarios conservadores votaron en contra del plan de salida gradual de la Unión Europea de la primer ministro Theresa May (líder del partido conservador).
Este mismo plan terminó derrotado por 230 votos, con 432 parlamentarios en contra del plan y 202 a favor. En otro momento histórico, este voto de desconfianza hubiera supuesto la renuncia inmediata del primer ministro en turno. Ahora nadie sabe qué hacer. Los británicos, con siglos de experiencia parlamentaria a cuestas, se encuentran en una coyuntura inédita, para la cual no hay antecedentes políticos ni procedimentales.
Se dice que Winston Churchill alegaba que los franceses podían presumir su cocina, los italianos su arte, los alemanes su ciencia y los ingleses su sistema político. Un parlamentarismo caracterizado por el debate civilizado y racional desde el siglo XVII. Durante el siglo XX, cuando toda Europa cayó víctima de los totalitarismos (nazis, fascistas o soviéticos), los británicos mantuvieron la cabeza fría y allá siempre se impuso la moderación política. Desconfiado de toda forma de radicalismo, el electorado del Reino Unido forzó a la izquierda laborista a hacer su autocrítica, adoptar posiciones socialdemócratas y distanciarse de la Unión Soviética ya en la década de 1940 durante el gobierno de Clement Attlee. En esa época, los partidos e intelectuales de izquierda continental seguían abrazando el marxismo y el comunismo. La derecha británica incluso en sus vertientes neoliberales más radicales (Thatcher) condenó el racismo y apoyó la lucha de Mandela contra el apartheid. Cuando en Estados Unidos empezó la fanática persecución macartista del anticomunismo, numerosos intelectuales norteamericanos de izquierda encontraron refugio en las universidades británicas. El “liberalismo conservador” era la base común de toda política.
En el partido conservador no saben lo que quieren. Peor aún, algunos de ellos apoyan la ruptura más radical con la Unión Europea. No solamente salir de las instituciones políticas, sino del mercado común. Del otro lado del espectro, al laborismo lo dirige actualmente Jeremy Corbyn, un trotskista confeso que considera la Unión Europea una imposición imperialista del neoliberalismo y ha elogiado a Hugo Chávez. No es coincidencia la simpatía y amistad de AMLO con Corbyn. El Presidente de México no hubiera podido encontrar afinidades en una dirigencia laborista de izquierda más moderna como la de Tony Blair o Gordon Brown. Si caen los conservadores, y se convocan elecciones, subiría al poder Corbyn. El sistema político que sirvió de referencia a las democracias occidentales y al liberalismo está en juego. El fracaso de May fortalece a los partidarios del Brexit duro. Con Macron debilitado en Francia, y Alemania en la antesala de la salida de Ángela Merkel, se reducen significativamente las esperanzas sobre el futuro de la Unión Europea.