Suplemento
JULIETA GARCÍA GONZÁLEZ
El mapache se yergue en la silla y se asoma a la olla que está frente a él, sobre la mesa, llena de huevos. Hace un esfuerzo y alcanza a tomar uno con ambas patas, pero no logra sacarlo de su recipiente. No tiene la altura para llevarse el tesoro, ni puede trepar más, así que batalla un rato con el huevo entre sus dedos, sobándolo, sin que haya otra cosa que frustración. Después de unos segundos, se rinde, mira al vacío y se baja de la silla: sale de nuestro campo de visión. Quedan ahí la olla con los huevos, la cocina entera de quien está grabando con una cámara que, mientras el mapache batalla, se tambalea de vez en cuando, tal vez sacudida por la risa.
1. Los títulos se suceden: “Inusuales amistades animales que son adorables”, “15 amistades animales que te derretirán el corazón”. Es posible ver cabras caminando al lado de perros, gatos con elefantes, osos con tigres, cerdos con leonas o jirafas con patos. Ahí está el búho bajo las patas protectoras de un becerro, la cabrita que abraza a un oso, el chimpancé que le da la mamila al cachorro de un tigre blanco, el orangután que mantiene apretado contra sí un lebrel. ¿Cómo llegaron a conocerse y por qué están en relaciones tan estrechas?, ¿qué opina a todo esto el lebrel?
De entre todos los cambios que estamos viviendo —que están en el aire y que cristalizan a veces en nuevos gobiernos, nuevas figuras para amar u odiar, en formas diferentes de vivir la vida— hay uno muy particular, difícil de definir. En los últimos años, nuestra apreciación de las bestias ha transmutado. No sólo hemos acabado con sus ambientes y aniquilado a cientos de especies, sino que las hemos incorporado a la marea transformadora con la que nos replanteamos nuestra propia relación con el mundo.
2. No es tan raro que un mapache esté en una casa o quiera un huevo. Lo que es extraño es que alguien considere hilarante la lucha del animal por hacerse de algo de comida. El animal batalla con la pieza de huevo, echa atrás la cabeza, jalonea, mientras la cámara se mantiene impávida. Es hasta que se baja que se sacude un poco, como si fuera graciosísimo lo que acabamos de ver. El video se ha reproducido decenas de miles de veces. Es contenido “viral”, no por peculiar menos cotidiano. La guerra del mapache contra el huevo desaparece pronto de la mente de las personas, se disuelve en la marea de imágenes, palabras y acciones del día a día.
¿Y qué decir del orangután que tiene al lebrel apretado bajo sus brazos? ¿Es su mascota? ¿Y la jirafa que va a todos lados con unos patos?, ¿el chimpancé que vigila que la cría de tigre se beba toda su leche? El punto de vista antropomórfico nos habla en términos difíciles de aplicar a esas parejas inquietantes: amistad, cariño, corazones derretidos al constatar que las diferencias no existen, que están únicamente en nuestras cabezas. Bestias que se depredarían en un contexto menos alterado, conviven como si fueran parientes después de una primera comunión, cuando ya a todos se les subieron los tequilas.
Esa convivencia esquizofrénica no está mal per se, sería imposible pasarla por el tamiz de lo bueno y lo malo; es, sin embargo, un producto humano. Tiene que ver con nuestros valores, lo que como sociedad atesoramos. El deseo de una amistad prístina, que salva todas las diferencias, anida en nuestro corazón.
▶ Hemos tenido con el resto de los animales una relación cruel, por decir lo menos. Sobreviven los que nos alimentan y en condiciones indignas. Sobreviven nuestros animales de compañía. ¿Por qué creemos que es necesario tratar a las especies salvajes como si fueran juguetes exhibidos para nuestro placer?, ¿por qué son entretenimiento?
3. The Dodo es una página web “for animal people” (podríamos llamarla: “para gente animalista”). Explotó la adicción de las personas por los videos de animales y ha construido una red de seguidores, amigos, donantes y compradores. Uno de sus videos más exitosos es el del poni Poly, maltratado y descuidado a tal grado, que sus pezuñas le impedían caminar. Una sociedad protectora le rebanó las pezuñas con segueta, las limó, le pasó una rasuradora por el cuerpo y le dio alimentos sanos. Poly se volvió un poni feliz, al menos para los más de mil millones de personas que han visto el video que retrata su transformación.
La felicidad en ese sitio web es para los espectadores que ven pingüinos y cabras en pijama, circulando por oficinas o pidiendo un poco más de mantequilla y miel. También orangutanes que cepillan Barbies, cerditos con corbatín y una casi infinita lista de perros, gatos, elefantes y otros animales que fueron maltratados hasta el cansancio y que hacen un “regreso” a la plenitud, documentado por cámaras que no perdonan la indignidad o el sufrimiento.
Las personas se duelen por esos animales y van después al mercado a comprar tocino para los waffles, arrojan a la basura bolsas de plástico vacías que acabarán en la barriga de una ballena o patean al perro que resulta un incordio los domingos por la mañana.
Mirar a los animales a través de la pantalla no los salva ni los protege, no cambia nuestra relación con ellos de manera real y concreta; cambia, eso sí, nuestra percepción. Un poni, un pitbull o una loba marina recuperados del maltrato nos harán sentir mejores personas sin modificar ninguno de nuestros atributos verdaderos. Verlos a través de la pantalla, desde el celular, nos exime de darles un trato digno y de hacernos cargo, como sociedad, de su destino.