Columnas
El anuncio de que Nicolás Maduro está invitado a la asunción del cargo de presidente de México me ha hecho recordar que allá, a fines de los años 80 y hasta bien entrados los 90, a nuestra América le dio por estrenar democracias.
También le dio por tentar las recomendaciones del llamado “Consenso de Washington” con los resultados —o las consecuencias, según se mire— que conocemos.
Fue una temporada, más bien una seguidilla, de tomas de posesión a las que invariablemente se invitaba a Fidel Castro. Siempre me pregunté por qué. ¿Para inducirlo sugerentemente, por vía de contagio quizá, a emular al anfitrión y celebrar elecciones en la isla? ¿Para enrostrarle al Tío Sam, protocolarmente, que se tenía tan libérrima política exterior que esta es mi toma de posesión y yo invito a quien me dé la gana? Lo cierto es que Fidel, el dictador que ya por entonces cumplía 30 años en el poder sin convocar elecciones, terminaba siendo la vedette de la ocasión.
Recuerdo la visita de Fidel a Caracas en ocasión de la protesta del presidente Carlos Andrés Pérez, en febrero de 1989. Pérez había sido nada menos que ministro de Relaciones Interiores en tiempos de la insurrección guerrillera que en los años 60 comandara el recientemente desaparecido Teodoro Petkoff, entre otros.
Fidel encandiló a le tout Caracas con su traje y su corbata en lugar del uniforme de fajina verde olivo. Las señoras del Country Club se desmoñaban por estrechar su mano y retratarse con el Caballo. Los comentarios de aún los más recalcitrantes conservadores incluían, invariablemente, la frase “al tipo no se le puede quitar [talento, cultura, cojones]”, o bien, “ hizo bien Pérez en invitarlo; los tiempos ya son otros”. La ceremonia de jura del cargo se llevó a cabo en el otrora fastuoso Teatro Teresa Carreño.
La sorna caraqueña decía que más que una toma de posesión aquello parecía una coronación. Los discursos y los brindis sonaban a desagravio al líder cubano por el embargo económico y los años de exclusión de la OEA.
En honor a la verdad, tan pronto Fidel subió al avión de Cubana, Pérez se dejó de vainas y se embarcó en un plan de masivas reformas macroeconómicas tan radical que sólo le duró 22 días. Tres semanas después de despedir a Fidel estallaron los sangrientos motines y saqueos del “Caracazo”. Con todo, aquellos días fijaron un patrón: ganabas una elección, invitabas a Fidel a la toma de posesión y aplicabas el electroshock macroeconómico. Así nos fue a todos por un tiempo en la región.
Mira uno atrás y, sin muchas vueltas, comprende a Pérez: invitas a Fidel porque eres latinoamericano y ecuménico y, además, Fidel es…bueno, Fidel. Pero invitar a Maduro es tentar un Caracazo azteca, seis años de mala suerte. Quizá siete.