Columnas
En los años 70, viviendo yo en España, escuchaba que el presidente de Mexico, Luis Echeverría Alvarez, había cortado relaciones diplomáticas con España. En mi mente infantil y sin saber nada de México, salvo el conocimiento de las películas de Cantinflas, me preguntaba qué le habíamos hecho a ese país y por qué era tan rudo con nosotros. Tampoco tenía clara la noción de qué era una dictadura y de la guerra civil española sólo sabía por mi abuela que había sido algo atroz de lo que ella jamás quería hablar. La realidad era que Franco no dejaba de ser un dictador y los países libres debían reclamarle dejar el poder.
Luis Echeverría fue enemigo y crítico con el dictador de derechas que era Franco y no dudó en declararlo. Al mismo tiempo, en los años setenta, México como gobierno y muchos de los mexicanos de izquierda veneraban la dictadura cubana, mucho más aterradora que la española y que deshizo al país económicamente y socialmente, sólo porque era de “izquierdas”.
Mario Vargas Llosa se ganó la animadversión de la feligresía de izquierda cuando afirmó que de las dictaduras de derecha se sale; de las de izquierda no. Y se le proscribió en el foco rojo cultural en México al definir al gobierno mexicano como la dictadura perfecta.
México decidió no firmar junto a sus pares regionales, la petición a Nicolás Maduro (rehúyo nombrarlo presidente) de no asumir un nuevo mandato este mes. Ya la invitación de Maduro a la toma de presidencia de López Obrador rebasó los límites de la democracia, pero el hecho de no sumarse a la firma del Grupo Lima muestra la confusión de principios de política internacional en la que vive este gobierno.
Los criterios de la diplomacia nunca deben estar sobre los principios de la dignidad de los seres humanos ampliamente pisoteados primero por Chávez y hoy por Maduro y desde hace 60 años por Fidel y Raúl Castro.
Se acaban de cumplir 60 años del inicio de la revolución cubana. Otro movimiento que destruyó una de las más maravillosas islas del mundo, rica en cultura y sabiduría para mutar en una isla pobre, envejecida, carente de libertad y de respeto a la dignidad humana. ¿En dónde están todas esas voces que alabaron el sistema castrista?
La rapidez con la que los gobiernos democráticos como México rechazaron regímenes como el de Franco, reclama por lo menos la misma velocidad para rechazar situaciones como la de Castro o Maduro.
Un gobierno que trabajó bajo el halo de la cuarta transformación debe ser un defensor de la libertad, de la democracia y de los derechos humanos. Si no lo hace, ¿será que realmente no cree en estas tres situaciones? A pensar.