Columnas
A pesar del triunfo arrollador de AMLO en las urnas el pasado 1° de julio, creo que lo que presenciamos aquel domingo es una convergencia atípica de circunstancias difícilmente repetibles. No le quito méritos al Presidente; encabezó la indignación contra el régimen y su propia personalidad y las propuestas de campaña fueron en verdad decisivas.
Con todo y la reoxigenación del sistema político entero que significa el arribo mayoritario de Morena a los principales espacios de poder, el sistema electoral debe estar preparado para escenarios de resultados presidenciales apretados de nuevo porque parecería que esos equilibrios son los que ordinariamente presencia el país. Recuerde el año 2000, cuando el candidato ganador (Fox) quedó a 6 por ciento de su más cercano competidor (Labastida) y no olvide que en el 2012 el triunfador (Peña) obtuvo 6 por ciento más votos que el segundo lugar (AMLO).
Me parece que aceptar, por fin, los mecanismos de la segunda vuelta presidencial tendría más ventajas que desafíos respecto del sistema actual de mayoría relativa, si bien con acotaciones muy mexicanas, tantas veces propuestas, desechadas o pospuestas por nuestro Congreso.
Un estudio recientísimo de Cynthia McClintock, publicado por la editorial de la Universidad de Oxford, intitulado “Reglas electorales y democracia en América Latina”, dice exactamente eso y empieza recordándonos que resultados estrechos en elecciones presidenciales generaron en Latinoamérica hace 50 o 60 años, golpes de estado o cuando menos gran inestabilidad política, como en Chile en 1973, cuando Allende, justo 3 años antes, había obtenido apenas 36.6 por ciento de los votos, mientras que sus competidores, 35.3 por ciento y 28.1 por ciento, respectivamente. Algo similar sucedió por las mismas razones en Brasil 1955, Perú 1962, Argentina 1963, Ecuador 1968 y Uruguay 1971. La lección fue entonces que ese tipo de márgenes de victoria tienen un costo enorme de legitimidad política para el ganador.
Aunque Francia fue la primera democracia del mundo en adoptar la segunda vuelta electoral presidencial en 1958, el primer país latinoamericano en hacerlo fue Costa Rica en 1970. Según un conteo de 2016, 12 de los 18 países de la región practican ya este mecanismo. Un dato más: desde 1970, cada país que ha adoptado una nueva constitución ha abrazado la segunda vuelta, con excepción de Nicaragua 1987 y Venezuela 1999.
La mayoría de esas democracias latinoamericanas (Brasil, Chile, Colombia, Guatemala, Perú, República Dominicana y Uruguay) seleccionaron un umbral alto: para ganar en la “primera” vuelta, se requiere un triunfo electoral de 50 por ciento más un voto. Argentina y Bolivia, al menos hasta 2009, prefirieron un umbral menor: para ganar la primera vuelta el triunfador necesita entre 40 por ciento y 50 por ciento de los sufragios, pero dependiendo de la diferencia de votos con el segundo lugar. Otros 5 países (Honduras, México, Panamá, Paraguay y Venezuela) siguen usando la tradicional mayoría relativa. Avanzaré en entrega posterior…