Columnas
El Mudo escribió un bello tango que, acompañado de sus inseparables guitarristas, narraba la vuelta al primer amor. Ese que se puede mantener vivo y al que podemos volver “con la frente marchita” y las sienes encanecidas. Pero en Venezuela, hoy que se cumplen dos décadas de la llegada de Hugo Chávez al poder, las canas prematuras predominan por la angustia de vivir bajo un régimen autoritario; y los rostros se han arrugado pero por el hambre.
Antes del chavismo, el país sudamericano no era Suiza, padecía de todos esos males comunes en Latinoamérica: pobreza, desigualdad, crimen, impunidad, inflación, corrupción y lo demás que nos es conocido. Sin embargo, se vivía en una democracia más o menos funcional; había elecciones libres, con legisladores y juzgadores independientes y existía una pujante iniciativa privada. Además, la prensa era libre y por supuesto que no había la escasez actual de alimentos y medicinas.
La llamada Revolución Bolivariana, es decir la aventura socialista de Chávez, su Quinta República (¿les suena a la Cuarta T?), tiene a ese país totalmente colapsado en lo económico y en lo social. Registran una inflación cercana al tres mil por ciento, con gente muriendo de hambre; y con las mazmorras del régimen atestadas de presos políticos (mientras el gorila ignorante que tienen por dictador se da vida de maharajá).
Chávez no fue otra cosa que un golpista, que atentó contra la democracia y después se aprovechó de ella para perpetuarse en el poder. Pudo haber sacado ventaja de la gran riqueza petrolera de su país, para convertirlo en la Corea del Sur de América Latina. Pero en cambio, prefirió robarse el dinero o despilfarrarlo en programas sociales inútiles que no han sacado a nadie de la miseria.
El resultado no ha sido otro que una calca de la Cuba de Castro; sin libertades y sin harina de maíz para una arepa. Su objetivo perverso siempre fue el de acabar con la clase media; ese segmento que es más sensible y preparado (a quienes se les puede engañar por un tiempo, pero no permanentemente).
Lo preocupante es que aquí, el nuevo régimen encabezado por López Obrador, venera a ese socialismo; y está dando lo pasos indicados para llevarnos hacia allá. Por eso quiero hacer notar que una vez que esos proyectos políticos trasnochados llegan al poder, es muy difícil quitarlos de en medio.
Así que si no nos ponemos listos, es probable que dentro de dos décadas estemos igual que la canción de Gardel; queriendo volver a la libertad y a la democracia, pero ya con el pelo muy blanco o con un pie en el más allá.