El destrompe poselectoral

Columnas jueves 07 de enero de 2021 - 00:50

La vergonzosa demostración de los simpatizantes del presidente Trump el día de ayer, interrumpiendo la sesión de conteo de votos electorales en el Capitolio, nos muestra dos cosas: la primera, que ningún país, por más tradición democrática que tenga, es inmune al veneno de un populista despechado; por otro lado, que la capacidad real de los populistas varía de acuerdo con la cultura política que existe en un país sobre el respeto a la ley y a las instituciones.

El solo hecho de que la manifestación haya derivado en arrestos y dispersión con gas pimienta, y que la autoridad local haya declarado un toque de queda en toda la ciudad, sin que se haya victimizado a los vándalos, dice mucho acerca de lo que puede y no puede hacer un revoltoso que perdió una contienda electoral, por mucho dinero que tenga y por muy agresiva que sea su base.

Es poco probable que Joe Biden no asuma la presidencia el 20 de enero. Seguramente, también, habrá un último desplante de vulgaridad por parte del saliente y sus secuaces. Pero no se trata de impedir realmente el cambio de estafeta, y creo que para el propio Trump tampoco se trata de eso, sino de sembrar la duda de la legitimidad del nuevo gobierno desde antes de que tome posesión, y durante todo el tiempo que los fanáticos de la derecha y los medios de comunicación se lo permitan. Eso es algo que le cuesta mucho asimilar a la clase política tradicional: un populista es siempre un abusador, y los abusadores sólo respetan la fuerza. No habrá argumento legal ni discurso de unidad que convenza a un bravucón empoderado. 

Lo que puede ser la apuesta final de quienes intentan sabotear la transición presidencial, es lo siguiente: para Donald Trump, construir la imagen del candidato robado, y victimizarse como perseguido político cuando se le finquen cargos criminales (si sucede); sabe que hizo muchas cosas fuera de la ley, desde el primer día de su mandato, y no será la ley la que le dé la razón, como sucedió, igualmente, con sus berrinches en varios estados para cuestionar el conteo de votos. 

Para los republicanos que lo apoyan en sus pataletas, creo que se trata de reclamar la herencia espiritual (y por tanto la base de votantes) del caído. No hay que olvidar que el presidente saliente, aunque perdió la reelección, tuvo más de 70 millones de votos, luego de 4 años de ser como es, en público y en privado. Eso quiere decir que existe un mercado electoral en EU que clama por una figura semejante. Es triste, pero incontrovertible. Y muchos querrán esos votos, y estarán dispuestos a tener la desvergüenza que sea necesaria, así como a mentir en lo que sea necesario, destruyendo las instituciones que sean necesarias. 

Eso es lo que se juega Estados Unidos hoy, no la elección, ni los próximos 4 años, sino el tratamiento que le dará el país de la democracia ejemplar a quien desde el mayor de los estratos, intentó dinamitarla.

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/CR

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