El fenómeno del ambulantaje

Columnas viernes 27 de agosto de 2021 - 13:41

Caminando por cierta calle colindante al Paseo de la Reforma, una persona que en un carrito vendía golosinas por gramos, recibió a cierto personaje que en lenguaje amenazante le decía sin mucho cuidado que si quería expender sus productos, debía de aceptar pagarle cincuenta pesos al día, continuando con una advertencia expresada soezmente. El acontecimiento transcurrió de manera tan rápida, como lo que duró la espera del semáforo.

El fenómeno del ambulantaje, tiene una serie de consecuencias trascendentes al propio hecho de salir y usurpar el espacio público. Las repercusiones son mayores a las de simplemente garantizar la subsistencia del vendedor, pues repercuten en inimaginables aspectos de la vida social de la zona, de la ciudad y del país.

Una persona que coloca sus productos en la vía pública, tiende a ser inmediatamente coptada por grupos ya organizados que se creen con el derecho de conceder o no "permiso" por ocupar un espacio que al ser público, es de todos, y eso implica que no es de alguien en lo particular. El permiso de la dadivosa persona, nos conduce a un recobejo oscuro de las relaciones de poder, pues aparecen las clientelas de ciertos personajes que a cambio del "permiso", además del efectivo, aparecen las lealtades y los vínculos capitalizables hacia personajes que no tienen un puesto callejero, sino un escritorio comprado mediante extorsiones, amenazas y delicadesas dignas de señores feudales, que mediante el vasallaje, se convierten en intermediarios y "protectores" de una abundante clientela, que engruesan las arcas, la influencia y las posibilidades negociadoras con ciertas entidades dependientes del sufragio.

El ambulantaje es poder, y es un medio de ascenso de una case rectora que iniciada en la calle, deben a la calle su poder caciquil, y su tránsito democrático a un sistema que vive de votos y movilizaciones, logrando cargos que quizás un día impliquen la generación de políticas públicas y distribución de recursos, sin garantizar que estos señores hayan atravesado por un proceso formativo que trascienda a la extorsión y el chantaje.

En sí mismo, ocupar el espacio y vender mercancias de contrabando, puede generar en el público comprador una conmiseración por la precariedad de la condición aparente del ambulante, pasando completamente por alto las características de mercancías que a diferencia del comercio formal, no pagan ni siquiera por levantar la basura de sus envolturas que cooperan con la degradación de un lugar que siendo público, se transforma en el tendajo decadente de la informalidad, y en el primer peldaño del ascenso hacia la toma de decisiones. En el público queda la responsabilidad de conceder poder a la ilegalidad disfrazada de necesidad, y que por un producto barato, entreguen sus calles a algo que quizá algún día construya sus leyes.

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/CR

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