Lucia Berlin, una mujer de la limpieza

Columnas jueves 15 de octubre de 2020 - 00:51

Descubrí recientemente, como casi todo el mundo, la genialidad de la cuentista Lucia Berlin. Desconocida durante toda su vida, de forma póstuma se editó una antología con sus mejores relatos, “Manual para mujeres de la limpieza”, que recibió aclamación crítica y popular. El título del libro y del relato homónimo se debe a que, entre muchos otros oficios, ella fue trabajadora doméstica durante varios años. 

Los paralelismos con Raymond Carver, el mejor cuentista de realismo sucio, son inevitables. La autora tiene un talento, del mismo calibre que el autor de Catedral, para extraer de los sucesos más cotidianos un común denominador existencial; cuando ella describe el hastío, o la angustia de estar estancada en un trabajo de porquería o la evidente disfuncionalidad de su familia, se convierte en todos nosotros. 

Por otra parte, los atributos que la crítica perezosa actual hace de casi todos los escritores, pero que siempre están ausentes, en ella sí existen. 

El día de hoy, cualquier escritor que describa una tragedia en lenguaje llano, resulta que es poseedor de un “humor negro sin parangón” o algún otro mote de resignación posmoderna. Pero casi nunca es así, porque ni el estoicismo existencial ni la capacidad para reírse de la propia desgracia son comunes; si lo fueran, el mundo sería mucho menos trágico. Lucia Berlin sí tiene estos atributos en demasía, y muchos otros, que van desde la pulcritud estilística hasta el minimalismo eficaz. Hemingway decía que, si en un relato se describía una escopeta, más vale que tarde o temprano se disparara, para no hacer perder el tiempo al lector; Berlin sigue al pie de la letra esta recomendación y en sus relatos no hay ni palabras, ni gestos, ni emociones innecesarias. Todos sus cuentos son, en el mejor sentido de la expresión, artefactos precisos. 

La complejidad de los sentimientos y de las relaciones humanas, en un mundo en el que todas las personas estamos formadas en ver los vínculos como relaciones de poder, encuentra una perplejidad permanente y una tristeza que, pensándola bien, todos deberíamos compartir con la autora. 

Los patrones, los novios, los ex esposos, los vecinos, todos terminan siendo personajes que, puestos en la situación adecuada, son víctimas o victimarios de una cosmovisión mercantilista o sistémica de la convivencia humana. Y los resultados, obviamente, dejan mucho que desear y se alejan del discurso de felicidad histérica que nos vende la psiquiatría de droga fácil y la filosofía deshuesada de los libros de superación personal. 

Lo que hay es un camino individual, siempre más solitario del que queremos reconocer, siempre lleno de obstáculos, contingencias, rutinas y desgaste, muchísimo desgaste, que en el mejor de los casos podemos cambiar por aprendizaje vivencial,y en el peor es la contemplación de una tierra baldía. Lean a Lucia Berlin, es insuperable.

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/CR

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