El Papa del amor: el legado de Francisco en la vida de una mujer de la diversidad

Columnas viernes 25 de abril de 2025 - 01:00

El mundo entero está despidiendo al Papa del amor, a Francisco, el único aliado visible y constante que la comunidad LGBTIQ+ ha tenido en la historia de la Iglesia Católica. Su pontificado, lejos de los dogmas excluyentes, marcó una ruptura con los paradigmas que históricamente nos condenaron, nos silenciaron y nos señalaron por ejercer el más básico de los derechos humanos: el de amar.

 

Francisco no solo fue el líder espiritual de más de mil millones de personas. Fue un pastor que se atrevió a mirar a los ojos de quienes durante siglos fuimos rechazadas por una institución que, se supone, predica el amor. Y lo hizo con ternura, con firmeza, con esa coherencia que nace cuando el amor se pone en práctica. Nos dijo que somos hijas e hijos de Dios, que somos dignos, que Dios nos quiere como somos. En un mundo donde aún hay quienes usan la religión como arma para discriminar, sus palabras fueron bálsamo y refugio.

 

Recuerdo que hace unos años, en una de las iglesias que suelo frecuentar, me acerqué al sacerdote y le conté mi deseo de casarme. Fue un momento de duda y miedo, pero también de esperanza. Su respuesta fue tan clara como reconfortante: “Yo pienso como el Papa. Si usted se quiere casar, yo la apoyo”. Para alguien que creció en un entorno que negaba nuestra existencia, escuchar esas palabras fue un acto de amor. Un pequeño milagro.

 

Soy guadalupana. Fui criada con la fe de mi abuela, que me llevaba todos los domingos a misa. Recuerdo las posadas, los villancicos, la Virgen morena, ese México devoto que encontraba en la iglesia un espacio de comunidad y de esperanza. De niña, mi relación con la Iglesia era de cercanía, de pertenencia. Pero todo cambió cuando me asumí como parte de la comunidad LGBTIQ+. Entonces conocí las “terapias” de conversión, los discursos que condenaban, los silencios que excluían. Me alejé de la iglesia, pero nunca de mi fe.

 

Y entonces apareció él, el Papa Francisco, con una retórica distinta, casi revolucionaria, basada en el amor, en los derechos humanos, en el reconocimiento de nuestra dignidad. Escucharlo fue como volver a casa después de haber sido expulsada. Fue entender que también hay un lugar para nosotras dentro de la Iglesia que profesamos, que no estamos fuera del amor de Dios.

 

Francisco no fue perfecto. Ningún ser humano lo es. Hubo momentos de ambigüedad, silencios que dolieron, posiciones que pudieron ser más contundentes. Pero en un mundo donde lo habitual ha sido la condena, su voz fue un faro. Habló de la necesidad de leyes que protejan a las parejas del mismo sexo, de familias diversas, de respeto y dignidad. En sus palabras, muchas personas encontraron por primera vez una validación espiritual que les había sido negada.

 

Su legado no es solo religioso, sino profundamente humano. Nos enseñó que la fe no tiene por qué estar reñida con la inclusión. Que la espiritualidad puede —y debe— caminar de la mano de la justicia social. Que el amor no excluye, no divide, no discrimina.

 

Hoy, el mundo despide a un hombre que rompió con los moldes de una Iglesia rígida para proponer una Iglesia de puertas abiertas. Un hombre que entendió que la verdadera doctrina es la del amor. Y que ese amor no tiene género, no tiene condición, no tiene fronteras.

 

Como mujer de la diversidad, como mexicana guadalupana, como creyente que se alejó y que gracias a él pudo volver a mirar con cariño a su fe, solo puedo decir: gracias, Papa Francisco. Gracias por haber hecho un lugar para nosotras en la mesa del amor. Gracias por recordarnos que todas somos hijas de Dios.

 

Ahora, la responsabilidad es nuestra. Su legado nos invita a construir una sociedad más compasiva, más justa, más humana. Una sociedad donde nadie tenga que esconder su amor. Donde la fe y la diversidad caminen juntas, sin miedo, sin vergüenza, con la frente en alto

 

 

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/CR

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