A César lo de César.

Ni distanciamiento, ni congelamiento y mucho menos castigo en la relación de César Yáñez con el presidente Andrés Manuel López Obrador.

Hay quienes no se han cansado de repetir el relato de que el ahora subsecretario de Desarrollo Democrático, Participación Social y Asuntos Religiosos de la Secretaría de Gobernación (Segob) fue sancionado a raíz de la publicación de su boda en la revista Hola, que por lo mismo dejó de estar en el aparador de la política nacional y en la cercanía del mandatario.

Nada más falso, no tenía ni lógica ni sentido común, cuando la amistad de estos dos personajes estaba enraizada, sellada con el compromiso de trabajar sin parar hasta alcanzar la presidencia.

Cero descansos y fines de semana en la agenda de César Yáñez. Funcionaba como vocero las 24 horas y todos los días, sin queja ni reclamo alguno, convencido de su lucha.

Habían convenido en que se mantendría ese ritmo trabajo hasta ganar la elección presidencial.

Pasado el proceso electoral del 2018, se daba por hecho que se convertiría en el vocero del gobierno.

Era considerado para hacerse cargo del área de comunicación, con sobrados méritos y vasta experiencia, plenamente identificado y ubicado por los medios.

Ideal en la posición de comunicador oficial, nada más que antes estaba el compromiso de que César tuviera tiempo para su familia, derecho que tiene todo ser humano y nada más justo.

Es algo que habían planeado de esa manera. El compromiso se cumplió. No hubo objeción de ninguna de las partes, por eso en lugar de César llegó Jesús Ramírez a la vocería.

César fue nombrado Coordinador General de Política y Gobierno de la Presidencia de la República, con oficina en Palacio Nacional, muy cerca de la que ocupa el titular del Ejecutivo.

Se hizo efectivo el tiempo solicitado para su familia, sin desatender la coordinación general ni dejar de estar en el ánimo del presidente.

Cuando se decidió que, por reorganización de espacios, las oficinas de César y otros funcionarios saldrían de Palacio Nacional, de nuevo volvió el falaz relato de que era parte de la factura pendiente por la publicitada boda.

Para redondear la falsa versión, una vez nombrado subsecretario de Gobernación, el epílogo de la imaginada historia fue que ya había sido perdonado.

Nunca hubo castigo y por lo tanto tampoco perdón. La amistad no se rompió ni salió del primer equipo.

De haber sido real la diferencia como muchos creyeron, César no estaría en el gobierno de la

Cuarta Transformación.

Se conserva estrecha la amistad y el respeto. La lealtad ha pasado todas las pruebas, desde momentos muy críticos hasta la euforia del triunfo.

A veces no tenían tiempo ni para dormir ni comer, la campaña por ganar la presidencia nunca tuvo reposo; sinsabores cuando los resultados no fueron favorables y más amargos al enterarse que en ocasiones el juego no había sido limpio. La perseverancia rindió su fruto.

Si alguien conoce de primera mano el ascenso de Andrés Manuel López Obrador es César Yáñez. Y si alguien conoce la trayectoria y el desempeño de César es Andrés Manuel López Obrador.

Hasta ahora, el personaje que más años ha estado cerca del tabasqueño es César.

Es evidente que la cercanía y comunicación entre ambos gozan de cabal salud, sin ficción ni fantasías.

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