Boomer

El diálogo entre generaciones siempre ha sido difícil. De entrada, la construcción de esa categoría, la “generacional”, que siempre tiene algo de arbitraria y de autocomplaciente, se basa en la observación de ciertos rasgos comunes entre personas nacidas en un rango temporal determinado, sea de 10 o 15 años. Se supone que, individualidades aparte (todas las generaciones tienen a sus genios, héroes y santos), la media comparte una cosmovisión que a su vez manifiesta en sus decisiones de vida y transmite (deliberada o involuntariamente) a sus descendientes, que a su vez repiten el ciclo.

Una vez que tenemos localizado nuestro grupo objetivo (los boomers, los X, los Z, el que sea), procede elaborar una caracterología de rasgos comunes de unos, y su contraste con los otros. Por ejemplo, los valores laborales de los boomers respecto de los Z, la manera de llevar las relaciones afectivas de los X comparados con los millenials, etcétera. En los contrastes están los desacuerdos, y de estos últimos derivan consecuencias en todos los aspectos de la vida. Los padres viven siempre con sus hijos esta brecha conflictual, que empieza siendo comunicativa, pero la magnitud del cambio generacional tiene implicaciones a escala mucho mayor. Trasciende la familia e impacta en la comunidad, en la economía y en la cultura.

Confieso que, durante un par de años, utilicé a la generación Z como costal de boxeo. Me uní al tren del desprecio condescendiente, resaltando cosas absurdas (para mí), como el hecho de que los zapatos tenis se volvieran artículos de lujo (hay un gurú GenZ que les da a sus coetáneos, como idea de negocios, que alquilen sus tenis, no es broma), que usaran el smartphone como música de fondo para su existencia inerte y que tuvieran como única aspiración profesional la de trabajar 10 meses desde su casa para luego irse 2 a malcomer a una playa basurienta, durmiendo entre moscos y babeando sus drogas rebajadas. Pero ya no pienso eso. Es decir, siguen haciendo todo eso, pero ya no los juzgo.

Aunque ellos confunden a todas las personas mayores de 30 años y nos agrupan en el género de “boomers”, lo cierto es que hay profundas diferencias entre una persona de 64 y una de 58, así como entre una de 45 y una de 39 años, porque esos pocos años implican un cambio generacional. Y la participación de cada una de las generaciones que hoy coexiste en la tierra, es profundamente diversa.

Los auténticos boomers tienen hoy entre 61 y 79 años, y a nivel global, son dueños de más del 50% de la propiedad inmobiliaria. Dirán que es porque salieron muy trabajadores; pero no realmente, o al menos no es eso lo que los convirtió en los terratenientes del siglo XXI. Lo que esa generación hizo, y no los culpo, fue regular las instituciones de seguridad social, prestaciones laborales y herencia, cuando estaban en el culmen de su vida productiva y presencia pública. Desgraciadamente para todos los demás, este marco normativo no fue sostenible para las generaciones que siguieron, y cada uno nos fuimos encontrando con restricciones crecientes para cumplir el sueño americano o siquiera el mexicano: los precios de los inmuebles se fueron al cielo, los salarios se precarizaron, la movilidad social basada en la escolaridad se detuvo, y además la expectativa de vida aumentó considerablemente, lo que ralentizó la rotación en los puestos de mando en todos los sectores. El hecho de que el príncipe Carlos haya comenzado su reinado cuando ya tenía 74 años, no es un meme, sino un botón de muestra de lo que estamos platicando.

En algunos años, la Gen-X, los millenials y los zoomers (o como se llamen esta semana), vamos a depender unos de otros, de diversas maneras y por diversas causas. Más nos vale aprender a dialogar, en serio, y crear consciencia de que estamos del mismo lado, en serio. Del lado de quienes siguen siendo juzgados conforme a estándares de los años setenta y ochenta del siglo pasado, aunque vivimos en un mundo que nada tiene que ver con ese. Abramos espacios de comprensión mutua. Nos conviene.