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Columnas viernes 17 de septiembre de 2021 -

Octavio Campos Ortiz

Independencia sin nacionalismo
México cumple doscientos años de vida independiente pero no consolida un verdadero nacionalismo. Prevalece una sociedad dividida, sin identidad y cuyo sincretismo no logra forjar una mexicanidad. A diferencia de los sajones que borraron su pasado para crear una nueva raza, estructuraron sociedades identificadas por su nacionalismo, cuyas expresiones se manifiestan en la persecución de un objetivo común, conglomerados bajo una misma bandera, un solo territorio y el orgullo de pertenecer a un país.

Para lograrlo recurrieron al exterminio, a las guerras civiles y los conflictos internos, pero al final obtuvieron la unidad, la identidad nacional. A diferencia de nosotros que en cuanto se logró la independencia de España, protagonizada por criollos, los forjadores de la Patria se dedicaron a la persecución del poder político sin un proyecto para lograr la consolidación de una nación. Cien años de luchas intestinas, golpes militares, dicotomías ideológicas, antagónicas formas de gobierno que iban del imperialismo a la República, pero nadie con un proyecto de identidad para los nuevos mexicanos. Ni la bandera pudo arropar a la naciente sociedad con tanto cambio de símbolo. El himno nacional fue propuesto por quien perdió la mitad del territorio nacional y en el que se hace apología de los megalómanos; dos estrofas están proscritas, las que enaltecen al efímero emperador Agustín de Iturbide y a Antonio López de Santa Ana, el Héroe de Zempoala.

Así creció México, sin la visión de sus próceres para alentar la mexicanidad, el reconocimiento de nuestra raza mestiza, el respeto a los símbolos patrios, sin una idea clara de que surgía un nuevo Estado. Perdimos todo el siglo XIX sin reconocernos como país, al que le urgía un nacionalismo que le diera identidad y unidad.

No fue más halagüeña la nueva centuria, protagonista del primer movimiento social en el mundo moderno, solo provocó el divisionismo, la lucha de facciones y el empoderamiento de los militares en la primera mitad del siglo XX, que tampoco se dieron a la tarea de formar un verdadero nacionalismo. En algunos momentos se cayó en el chauvinismo, cuyas máximas expresiones se dieron en el muralismo y la literatura, pero no permeó en la población.

Sin una verdadera identidad como mexicanos, deambulamos sin encontrar el rumbo, en nuestra idiosincrasia está ausente el sentido de pertenencia, de unidad, de nación misma. Vivimos en una permanente división, en la eterna lucha de clases -no en términos marxistas- sino en la guerra de castas. Nos sentimos inferiores, apocados, con miedo al triunfo, sin la obligación de ser representante de un país. La crisis en el deporte y en las competencias internacionales son muestra de la falta de nacionalismo.

Además, nuestros gobiernos han alentado esa forma de vida, establecen políticas públicas no en función de una auténtica nacionalidad, sino de exaltar el folclor, exhibir falsamente nuestro origen indígena, nuestro pasado guerrero. No evolucionamos en la imagen creada por los grabados y viñetas de Posada o las del mexicano pendenciero del caricaturista Naranjo: “¡Viva México cabrones! o “¿Dónde dice que me vale madres?”

Mientras no exista un programa de gobierno nacionalista que busque la unidad y no la polarización de los mexicanos, estamos condenados a vivir en la medianía y en constante conflicto interno -por no aceptar nuestro pasado y reconocer el mestizaje- y externo, en constante confrontación con nuestros hermanos, peleándonos por problemas étnicos, religiosos, ideológicos, políticos, de clase, entre otros.

Por eso no tiene ningún sentido exigir perdón a los españoles o arrumbar a Cristóbal Colón en una bodega, eso no ayuda en nada a lograr el nacionalismo que tanto necesitamos. Independencia para qué.


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