El desencanto de la masa

Erick María Remarque escribe Sin Novedad en el Frente, retratando las peripecias de un adolescente enlistado en el ejército imperial alemán durante la Primera Guerra Mundial. Un momento de furor nacionalista, envalentonado por las glorias pasadas del imperio.

El adolescente y sus amigos, bajo la psicología bismarckeana, pensaron en un guerra corta, donde las cruces de hierro adornarían sus jóvenes pechos, elevados a la gloria idealizada del honor guerrero. El ensueño será rápidamente enlodado entre el barro y la inmundicia de las trincheras del frente occidental. Las Ardenas se convertirán en el cementerio de los amigos, y en el de la otrora grandeza civilizatoria de Occidente, ignorante del costo de una guerra industrial, donde tanques, aviones y gases… saturarían un cuadro en donde ya no son las gloriosas marchas de la infantería napoleónica, las que marcarían la narrativa bélica.

En una escena de la novela, el joven soldado, a la búsqueda de un contingente extraviado, ingresa en una bodega donde resuelve el enigma: cientos de cuerpos amontonados de jóvenes reclutas que siendo más jóvenes aún que los descubridores, le hacen exclamar: “Alemania está perdiendo a sus hombres”. El poder del gas fulminó a los niños enrolados, y todos los sueños de gloria de un mundo que se derrumbó.

La Primera Guerra Mundial fue el tiro de gracia que destruyó el viejo orden europeo, con sus ínfulas de superioridad, al grado de que tendrían que afirmarlo unas décadas después a través del exterminio.

Hannah Arendt, comentará en el tercer libro de Los orígenes del totalitarismo, cómo es que la despersonalización de la sociedad, en donde el “hombre masa” triunfará, concluiría en desgracia. La masa nos refiere a un conjunto indistinto de la sociedad en donde la clase social, la educación y las aspiraciones que florecieron en la sociedad burguesa, se borran producto del desencanto, asumiendo que su mundo los arrojó a un sin sentido que tiempo después llenaría la verborrea enajenadora de un tirano.

El tirano lucra con las miserias de la masa, porque la masa, carente del significado de la vida, se habrá de entregar feliz a la mentira, a la calumnia y al asesinato, en nombre del redentor que por fin, brinda respuestas a sus interrogantes: “él encarna la oportunidad honesta del pueblo”.

No hablemos de pueblo, hablemos de masa. Del conjunto deforme de montones de desencantados, fracasados y miserables que se ofrendan a las volubles causas de la demagogia, viviendo un sueño, que aunque consciente de sus mentiras, lo prefieren, a saberse lo intrascendente de sus figuras. El líder es ese amoroso padre que los llevará al sacrificio, como el de los niños de aquella bodega que marcharon a la guerra pensando que se entregaban a una causa sorprendente.