Mes de la patria

Por muchas razones septiembre es un mes lleno de simbolismos para México. Es en sí una independencia, un grito, un júbilo, un llanto, un suspiro, un ya basta, una antigrita, una protesta, una tragedia, un minuto de silencio, son los sentimientos de la patria misma.

Ante este regodeo, hace una semana —en esta misma columna— compartí algunas reflexiones sobre la crisis tan profunda que vive nuestro país en instituciones tan básicas como las organizaciones de la sociedad civil, los medios de comunicación, los gobiernos locales, el sistema de justicia, los partidos políticos… y sin embargo, quedaron pendientes dos instituciones elementales: nuestra sociedad y sus liderazgos.

Dicho esto, pienso que nuestro México está en crisis porque sus liderazgos se construyen en razón de las causas sociales más nobles, ofertando con ello una especie de protectorado que “garantiza”, en lo colectivo, el respeto individual de los derechos más básicos consagrados durante décadas en nuestra Constitución, pero que, con el paso del tiempo, sus liderazgos se van transformando en organizaciones tiránicas, envueltas por un velo de autoritarismo. Y esto sucede en todos los niveles.

Y en lo social, la crisis de nuestro México sucede porque somos un país capaz de la excelencia en la anfitrionía, de ganarnos a pulso el mote de pueblo amigo, solidario y generoso, de practicar la doctrina Estrada (no intervencionismo) ante las Naciones Unidas, de posicionarnos en la diplomacia como el primer país de América Latina en impulsar una política exterior feminista, pero, al mismo tiempo, somos capaces de disimular el racismo, de encubrir el machismo, de premiar al pillo, de burlar a las instituciones, de venerar al “chingón” y de castigar sin miramientos el “pendejismo” y de callar frente al feminicida.

Y sucede también porque nuestra población es una mixtura de ciudadanía y pobladores, un conjunto de millones de personas divididas por la política en dos “grupos” obligados a transitar por la soledad laberíntica de nuestra propia rapacidad, enganchados en una narrativa tan perniciosa como lo es la de pensar en conservadores vs. liberales. Y esta historia ya la vivimos.

MINUCIAS 2018-2020

A 73 días de alcanzar el plazo que el presidente López Obrador se auto estableció como meta para que “en México queden totalmente las bases de la transformación; para que en dos años ya no se pueda dar marcha atrás en el combate a la corrupción; para que [los conservadores] no puedan manipular las leyes y que la corrupción siga como antes; para que quien esté en la presidencia ya no pueda comprarse un avión de lujo…” hay menudencias que bien vale la pena repensar.

A dos años, habemus una “rifa” del avión presidencial que no se rifa; habemus una “consulta popular” para enjuiciar a los expresidentes de México que no es “consulta” y tampoco es “popular”; habemus “domesticado” a la pandemia SARS-COV-2 que con 72 mil fallecimientos que siempre no se serena, pero sí; habemus “trama” de Odebrecht donde el corruptor confeso es recompensado en tanto sostenga la tesis de “la mafia del poder”; habemus la exhibición de la entrega de dinero en efectivo entre políticos-funcionarios que sí es corrupción, pero si el monto es “poquito” y para fortalecer el “movimiento” político, entonces los moches son aportaciones; habemus como práctica cotidiana la máxima de que la calumnia cuando no mancha, tizna… dos años por cumplirse y todo parece tan similar como cuando los dinosaurios respondían ante la incertidumbre de quien preguntaba frente a un proceso incierto… “Ni nos perjudica, ni nos beneficia, sino todo lo contrario”.