Los llamados “neoconservadores” (popularmente conocidos como “neocons”) detestan a Trump. Se trata de un influyente grupo de políticos e intelectuales adscritos al Partido Republicano y a relevantes fundaciones e institutos académicos.
Tuvieron mucho poder como inspiradores ideológicos de la política exterior estadounidense durante el primer mandato del presidente George W. Bush, pero acabaron desprestigiados por los resultados de aquella presidencia desastrosa y con la ruina de su doctrina estratégica y militar: la guerra global contra el terror, la cual provocó la destrucción de Irak y gran desorden en las instituciones internacionales. Pero subsisten y, salvo contadas excepciones, han alzado la voz contra la deriva “trumpiana” del Partido Republicano y se alzan como defensores de los valores conservadores representados por Ronald Reagan.
Los neocons son idealistas…a su manera. Para ellos, Trump colisiona frontalmente con los principios fundamentales del Partido Republicano, tanto en política interna como en política exterior. Denuncian la devaluación del conservadurismo norteamericano y su ignominioso sometimiento a un personaje de tan escaza catadura moral e intelectual como lo es este magnate megalómano y vulgar. Esto de enfrentarse a Trump tiene su mérito.
La inmensa mayoría de los republicanos ha optado por someterse de forma acrítica e incondicional a este personaje a todas luces detestable porque mucho temen la furia de sus hordas. A ese nivel se pueden pervertir los valores en política. Los neocons se han dado a la tarea tratar de rescatar “las esencias” del republicanismo. Por eso no extraña la presencia de Liz Cheney (hija del exvicepresidente Dick Cheney, uno de los más conspicuos neocons) en la presidencia de las audiencias parlamentarias dedicadas a investigar la participación de Trump en la asonada del Capitolio, ello en abierto desacato de los deseos de la dirigencia de su partido. Estás audiencias son, quizá, la última oportunidad (y los neocons lo saben bien) de frenar el regreso de Donald a la Casa Blanca. Para ello, Trump debe ser acusado en firme de conspiración sediciosa al alentar e instigar un ataque violento contra el Congreso y así el Departamento de Justicia pueda proceder al inicio de una acción judicial.
El núcleo duro de la crítica neoconservadora a Trump se basa en dos percepciones centrales: el grave deterioro de la democracia en el ámbito interno y el serio declive del poder de Estados Unidos en el panorama mundial, el cual agudiza la crisis del orden internacional liberal y marca el camino hacia su posible próximo final. Pero todo este declive se empezó a gestar mucho antes. Podemos ubicar perfectamente sus inicios en las llamadas “guerras culturales” propiciadas, en buena medida, por los neocons desde la época de Reagan. Sin embargo, como dice Paul Krugman, hoy este grupo constituye la vertiente más cuerda del Partido Republicano
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