Poder o no poder, he ahí el dilema

@IsraelGnDelgado

Nuestro presidente tiene una desconfianza profunda hacia la fragmentación del poder. De ahí la consolidación de compras en la SHCP, la desaparición de delegaciones locales de las secretarías de estado, su embelesamiento por la disciplina militar y su verticalidad administrativa, y su desprecio por los órganos autónomos. Lo anterior equivale a decir que le gusta la centralización del mismo, por supuesto; más no es endulzar las palabras ni incurrir en falsos catastrofismos cuando digo que, en parte, se entiende. Los parlamentos y la descentralización están de capa caída en casi todo el mundo. La historia política es un vaivén de acumulación y dispersión de centros de gravedad de poder.

Básicamente, a periodos facciosos, feudales o simplemente demasiado deliberativos para la prisa de los hechos, suelen seguir otros de caudillismo, absolutismo (simbólico aunque sea) y ejecutivos en perjuicio de los mecanismos democráticos. Para que se entienda: a periodos de “tenemos que discutirlo más y nadie puede quedar fuera” sigue uno de “aquí mis chicharrones truenan”, “tenemos que jalar todos hacia el mismo lado, no importa a cuál” y demás reduccionismos que configuran, entre todos, la filosofía política del tío quejicas.

En particular, la clase media y el votante medio (este último es importante) cae fácilmente en la tentación autoritaria cuando las cosas van mal, o cuando cree que van mal, o cuando van bien pero lentas, o cuando van bien pero cree que pueden ir mejor. O sea casi siempre. La democracia participativa y deliberativa suele representar más trabajo que el que el ciudadano promedio está dispuesto a invertir en su vida cívica, y se siente atraído por alguien que parece que tiene todo bajo control. Es normal.

Por supuesto que la realidad es bastante más incómoda, y no es sensible a los anhelos heroicos de nadie; los problemas estructurales nunca son resueltos por gobiernos específicos (coyunturales, por definición) y los protagonistas de los libros de historia, por lo general, terminan siendo más recurso narrativo que estadistas de carne y hueso. Con todo y todo, los gobernantes llegan a convencerse de que tienen en sus manos el presente y el porvenir de todos, y qué bueno, porque si no se irían a dormir temprano.

Por todo lo anterior, es extraño que el presidente AMLO deje de lado un ámbito estratégico, que aparentemente ni entiende ni le interesa: la política exterior. Nunca antes los gobernadores habían tenido tan amplio margen para operar políticamente con autoridades de otros países. Poco importa que no puedan celebrar tratados, pues la mayor cantidad de acciones que sí se materializan, pueden partir de instrumentos mucho más modestos, desde memorandos de entendimientos hasta meros contratos privados. Si el gobierno federal sigue con problemas de suministro de las vacunas, es altamente probable que los gobiernos estatales aprovechen ese vacío de poder, pues ningún congreso local se opondría a la colocación de deuda que tenga como finalidad comprar esos insumos. Los vacíos en política no existen durante mucho tiempo.