Hace unos días, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, anunció la liberación de 50 millones de barriles de petróleo de la Reserva Estratégica de Petróleo este martes. La intención es, abiertamente, revertir en lo posible el aumento de los precios del petróleo y de la gasolina de los últimos meses, máxime cuando se avecina un tope de demanda energética por el fin de año.
En su anuncio no dejó de apuntar, casi por compromiso, que la dependencia de EU al petróleo disminuirá conforme se vire hacia las energías limpias. Pues sí, eso último es irrebatible pero también imposible en el presente, y en un futuro que excede, por mucho, el horizonte de vida político de los gobiernos que están decidiendo sobre el asunto. Cuando se ven los números en frío, pocas personas están dispuestas a escuchar que la fuente de energía más viable para sustituir los hidrocarburos, no es el poder del amor, sino la energía nuclear.
Ahora bien, la intención es esa pero la motivación es más coyuntural. Biden se está desesperando por las dificultades que ha tenido para que se aprueben sus planes y programas más ambiciosos. Si bien en cierto han sido aprobados, el desgaste ha sido mayúsculo y ha tenido que batallar incluso con parte de su propio partido. Los políticos norteamericanos saben (o deberían) que, sin importar lo politizados que parezcan estar los electores estadounidenses, votan con el bolsillo, más que en ningún otro país (salvo quizás Inglaterra); esto quiere decir que premian al presidente que cuida su poder adquisitivo y viceversa, sobre todo en segundos períodos. Por la tangente y para la mesa del café, yo sostengo que la salida de Trump no fue por ninguna de sus atrocidades, sino por la crisis económica que sobrevino con la pandemia, y que generó millones de desempledos en ese país. Con todo y las medidas de apoyo gubernamental, las promesas de brutalidad económica coercitiva de Estados Unidos contra los otros países, se quedaron cortas o tuvieron que ponerse en pausa.
Lo cierto es que al ser Estados Unidos un país predominantemente de clase media, son los bienes comunes de demanda inelástica los que tienen mayor impacto electoral en su precio, por ejemplo, la energía, tanto gasolina como luz eléctrica, gas y agua. Así, Biden sabe que intervenir para bajar el precio del petróleo redundará, idealmente, en una deflación de todos los energéticos, incluyendo el gas y la luz eléctrica mientas más se aproxima el invierno en EU.
Por si fuera poco y de rebote, muestra cierta fuerza hacia los países que son chivos expiatorios de la base resentida norteamericana, que son Rusia y los de Oriente Medio. No debería salirle mal esta apuesta, pero con esta administración, luego del chirriante episodio de Afganistán, todo puede pasar.
En lo que respecta a México, en principio nos veríamos beneficiados como consumidores, porque la gasolina y energía bajaría para todos, si bien se subraya la compleja relación que tienen las finanzas públicas con el petróleo, por tener la carga olímpica de la deuda de PEMEX y ser, a la vez, importadores de gasolina.
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