Retos de la democracia

La desconfianza hacia la democracia, incluso en sociedades de larga tradición democrática, en buena medida proviene de un desgaste encabezado por las grandes figuras de los sistemas de partidos. La gran reforma a una de las constituciones más repudiadas por la teoría política clásica, tuvo en el principio de representatividad y en la división de poderes, dos de sus históricas fortalezas más importantes.

La elección de los representantes se ha visto como un gran triunfo, en tanto que los ciudadanos pueden optar por el personaje que a su consideración, cumpla con sus expectativas. Si bien es innegable que la consideración a la decisión mayoritaria es un triunfo de la sociedad moderna, también podemos decir que allí se encuentra el talón de Aquíles que pensadores liberales como Mill o Tocqueville ya preveían.

El sufragio limitado del siglo dievinueve, no es el sufragio universal del siglo veintiuno. En nuestro mundo, la cantidad de votantes se ha incrementado por millones, al tiempo que las capacidades de los estados para invertir en su población y fortalecer sus recursos críticos, han sido muy desiguales, y en muchos casos, como en nuestro país, fracasados.

El funcionamiento del sufragio, y su calidad, dependen de la calidad educativa de sus votantes, pues su nivel de exigencia y de vigilancia es proporcional a su acceso a la educación y sus compromisos con la vida pública. Cuando todo lo mencionado es raquítico, la elección es sometida no a criterios objetivos, sino a la más pura espotaneidad y apasionamiento de las masas motivadas no por sus facultades críticas, sino de una muy técnica manipulación donde los medios de comunicación han jugado un protagonismo innegable, al intervenir en los sufragios comprendidos como negocios, y no como la gran ceremonia de libertad de las sociedades abiertas.

Los medios de comunicación crean personajes a modo, dotan a la desgracia y a la ignorancia de cualidades extraordinarias, tanto como a la virtud y a la inteligencia la arrojan de la vida pública, en tanto que las virtudes parecen contraponerse al gusto de las grandes mayorías sepultadas por sus carencias, la educativa, entre ellas, mirando con sospecha a quienes pudieran, quizá, beneficiarlos no con la estridencia de la demagogia, sino con el bien del compromiso y la formación crítica, que puede estar muy alejada de la teatralidad y el carisma explotado por los medios, pero donde posiblemente la calidad de sus resultados apagara la malsana expresión de la incapacidad exaltada por el espectáculo.

La consecuencia siempre será el desencanto, cuando esos productos mercadológicos tengan que tomar decisiones claves para la historia de las sociedades, y tengan que vérselas con la calidad de estas.