Wallace versus Wallace

Como pocas veces se ha visto en nuestro país, sobre todo tratándose de una mujer, la vida y muerte de la activista Isabel Miranda de Wallace han desatado posiciones encontradas, radicales, lo blanco y lo negro reflejado en medios por analistas, conductores de programas de radio, clérigos y autores de libros.

Sus detractores dudan hasta de que haya fallecido el pasado 8 de marzo en un hospital privado.

En contraste, partidarios, simpatizantes, admiradores o simplemente seguidores de su activismo, han lamentado el deceso.

La historia no concluye con su muerte, como sería el caso de cualquier otro personaje o ciudadano común. Hay hilos sueltos para que se siga hablando de ella un buen número de años más.

Falta que termine de aclararse si es real la versión de que su hijo Hugo Alberto Miranda Wallace está vivo o si efectivamente fue secuestrado y asesinado por cabecillas de una banda que tienen ya casi dos décadas de estar encarceladas sin que exista una sentencia firme en su contra.

El proceso legal empantanado y en mucho tienen que ver juzgadores que, en este caso, como en muchos otros, no han sabido o no han querido impartir justicia, por diversos motivos.

La señora Wallace, como popularmente se le conoció (Premio Nacional de Derechos Humanos en 2010 y candidata panista a la jefatura de gobierno de la Ciudad de México en 2012) alcanzó su mayor influencia en el sexenio calderonista.

Su poder era tal que aseguraban tenía abiertas las puertas de la oficina presidencial.

Fundó la asociación civil Alto al Secuestro y con esta organización mantuvo el activismo hasta su muerte.

Nunca descuidó el proceso penal sobre el caso de su hijo. A través de abogados o con su voz en algunos medios que la consintieron, presionó para que se castigara a los que siempre consideró responsables del homicidio.

¿Quién dice la verdad?

La señora Wallace ya no se va a poder defender de sus críticos ni influir para que se condene a los supuestos asesinos.

Por la diversidad de versiones sobre la vida y obra de la luchadora social, el caso Wallace se ha convertido en un fenómeno.

Generalmente, cuando alguien muere, la prudencia recomienda dejarlo en paz, porque de todo lo malo que se le acuse, ya no tiene forma de responder a las imputaciones.

Isabel Miranda de Wallace, si está muerta, se llevó la verdad a la tumba. Y si su muerte fue simulada, menos se va a conocer, porque nunca más se le volverá a ver ni escuchar.

La versión del secuestro y asesinato de su hijo se volvió un misterio. También la versión del fallecimiento de la señora.

No es raro que haya diferencias periodísticas sobre un mismo hecho, siempre son mínimas, lo esencial prevalece.

Lo escalofriante en este caso es que choquen las narrativas de comunicadores, escritores y clérigos.

Alguien no está siendo ético ni honesto.

Raya en el cinismo.

¿Y los juzgadores encargados de aclarar lo sucedido y sancionar a los responsables?

En la comodidad de saber que se van en septiembre por la renovación del poder judicial.

Deberían ser llamados a cuentas para que respondan por su negligencia, nunca aclararon ni resolvieron el trágico suceso.

Los comunicadores serviles o fantasiosos o que presumen de ser dueños de la verdad, así como cualquier ministro de culto religioso interesado en este caso, sin proponérselo, crearon en

el imaginario dos Wallace, una que representa el lado blanco y otra el lado oscuro.

Wallace versus Wallace.

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