Una novela que roe las entrañas
Columnas viernes 03 de abril de 2020 - 01:46
En un intento por llenar el vació que lo colma, un escritor malogrado ⎼que no soporta el mundo exterior y que, a sus 54 años, se encuentra sin dinero y arruinado física y mentalmente⎼ decide escribir unas notas que, más tarde, devendrán en libro.
En esta bitácora de apuntes ⎼que se va colmando de quejas, acusaciones y ejemplos sobre lo que Ventura, el protagonista, considera una vida desdichada⎼ el personaje principal, que se describe así mismo como “un escombro humano”, se dedica a reunir un glosario de elogios y quejas, en igual medida, sobre su mujer: “es un abrojo, una yedra”, es “irritable, frívola” y, sin embargo, tenía una belleza “que haría palidecer de envidia a la Beatriz de Dante”.
Amargado por la compañía de su esposa Anastasia ⎼otrora dama orgullosa que se atildaba en Liverpool, Fábricas de Francia, pero que ahora se ha transmutado en una suerte de Grinch que odia la Navidad y que es incapaz de contener sus esfínteres⎼ Ventura es un viejo cascarrabias que enfrenta la vida con los nervios crispados.
Rebasado por una invencible ⎼y ridícula⎼ agitación, el tipo visita al psiquiatra del pueblo, quien, como suele ocurrir, clasifica sus zozobras y le ofrece un rosario de dictámenes sobre su histerismo: “fuga psicótica, deterioro cognitivo, bipolaridad, esquizofrenia senil”, etcétera.
Pero el catalogador de angustias se equivoca: el protagonista no padece locura. Simplemente, es uno de los tantos escritores rancios y frustrados que anegan el traspatio de los aspirantes a estrellas literarias. Y como cualquier otro defraudado, este viejecillo, que vive encallado en un arrecife de tristeza narcisista, sólo se preocupa por que se preocupen por él, haciendo de sí mismo el tema único de la sinfonía monótona que sirve como pretexto para este libro.
Y justo en esa infatigable capacidad narcisista es donde radica lo más interesante de esta novela: a medida que se abre paso entre las páginas de esta novela, el lector no sólo puede imaginar perfectamente a este francotirador de resentimientos acumulados, sino que también puede verlo, no sin sentir cierta empatía, disparando nostalgia por esos ojos cansinos que lo caracterizan.
Ventura, como quien se arremanga la camisa para aumentar la eficacia de sus clamores, a determinada hora se siente propenso a las confesiones: “Fui un hombre infiel promedio… no supe mantener la integridad del amor”, “a todos los viejos nos gustan las niñas”. Y si no fuera por este fraseo que, de cuando en cuando, lanza con gran eficacia una de esas máximas que ha ido almacenando penosamente durante tantos años de vacilaciones y dudas, estaríamos frente a un personaje bastante anodino.
Pero afortunadamente no es así. En Formas de luz (el sentido de la melancolía), Marco Tulio Aguilera ha logrado poner en marcha a un personaje cuya personalidad amargada, sicalíptica y umbría logra atrapar al lector. Pero no sólo eso. También ha hecho lo mismo con la trama, donde el protagonista todo lo mira con párpados críticos.
A pesar de su tamaño, durante las más de cuatrocientas páginas que dura esta obra, las acciones, las evocaciones y las frustraciones de los personajes se suceden a ritmo trepidante.
Y si el lector no padece amnesia, en esta obra el público también podrá encontrar un puñado de frases memorables, que se encuentran, sobre todo, en los subtítulos que acompañan cada uno de los capítulos: “El infierno es un lugar al que se puede llegar por muchas puertas”; “¡Qué amargo roedor es la conciencia!”; “Las miradas se dirigen siempre hacia la tierra”; y “No hay mayor dolor que acordarse del tiempo feliz en tiempos de miseria”, (plagiada casi íntegramente de un verso de Dante, uno de los principales influjos de esta fábula).
Ahora bien: más que Ventura, el personaje más entrañable en esta novela es Anastasia. Esta mujer de acusados aires virginiawoolfescos, que detesta el mundo de los intelectuales y los escritores, porque le parecen ⎼y no se equivoca⎼ “unos farsantes, verdaderos anticristos que supuran gusanos, peste, maledicencias”.
Anastasia ⎼que posee un carácter beligerante y está signada por el desparpajo y una complicada tela de sentimientos tempestuosos⎼ es una mujer que, dentro de su aparente ignorancia y superficialidad, despide una personalidad sabiamente irónica.
A Italo Calvino ⎼a quien le molestaban muchas cosas⎼ le enfadaban muchísimo las novelas en forma de diario y que una narración estuviera volviendo hacia atrás, ya fuera invocando recuerdos, evocando anécdotas del pasado o exhumando nostalgias. Y tal vez por eso, este libro ⎼que en su entraña es una suerte de diario novelado y una obra esencialmente evocativa⎼ podría levantar el entrecejo del enojoso Calvino.
Pero esta novela, que desborda un poco el ámbito realístico, es más que un relato en clave de diario.
Pese a que Formas de luz (el sentido de la melancolía) se apoya deliberadamente en la realidad (trastocada), el autor ofrece un mundo novelístico que establece sus propias leyes de realidad. Y ahí uno de los más grandes aciertos de Marco Tulio: entender que el logro fundamental de una ficción no es demostrar un mundo verificable, sino mostrar un mundo literario convincente.
Formas de luz (el sentido de la melancolía) demuestra que, si se lo propone, un autor puede hacer que sus personajes, dejando a un lado los discursos pretenciosos e impostados, pueden entonar alegremente las baladas fúnebres de un sepulturero.
Debido también a la escritura precisa, y a momentos abracadabrantes, en la que el autor parece solazarse, este libro puede leerse como una obra hecha a base de cristales mágicos para jugar a las palabras. Palabras que parecen pensamientos, pensamientos que parecen palabras, palabras que fueron escritas a base de nostalgias.
O puede leerse, si se prefiere, como lo que es fundamentalmente: una excelente novela ⎼ideal para leer en cuarentena⎼ cuyos resortes emocionan, inquietan y roen las entrañas.
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/CR
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