Los peligros de la democracia

Terrible fue la maldición sobre la democracia, una vez que el pueblo votara a favor de la muerte de Sócrates. Platón, sembrará la duda permanente sobre la constitución democrática, al respecto de la carencia de formación del grueso popular, que, si no es capaz de tener una formación mínima para hacerse responsable de los asuntos públicos, se hace presa fácil de manipuladores, bajo el amparo de la supuesta confianza que les concede la infalibilidad popular.

Para el mismo Sócrates, estaba presente una horrible página de la Guerra del Peloponeso, en la batalla marítima de las Arguinusas, cuando una tormenta desorganiza las formaciones de las flotas contendientes, obligando a que los barcos tuvieran que alejarse sin recoger los cadáveres de la batalla. Según la costumbre helena, cuando una de las partes solicitaba a la otra el permiso para levantar los cuerpos de sus combatientes, se decidía la batalla a favor de los que lo permitían. En la batalla citada, una vez que la flota arriba al puerto sin los cadáveres de sus habitantes, se hace un gran escándalo alentado por jefes de partidos, que pretendían sacar réditos de un hecho completamente ajeno a los jefes de la flota, que evitaron un mal mayor. El pueblo no escuchó razones, y condenó a muerte a todos los oficiales de la flota.

La fácil seducción, a través de un inescrupuloso uso de la retórica, levantando emociones en las masas, antes que motivarlas a la reflexión, sería el estigma que mantendría a la democracia como una de las peores y más censuradas formas de gobierno durante más de dos mil años, hasta su renacer y reforma en la constitución de los Estados Unidos.

Si bien la garantía que ofrecen los sistemas constitucionales, delimitando las jurisdicciones de los respectivos poderes conformantes del estado, ponen un serio coto ya sea a los sectores populares o a los representantes, no acaba con una realidad que se ha hecho más profunda ante la legitimidad plena que goza esta forma de gobierno en nuestros días, y es el peligro de la falta de formación crítica de los sectores populares, que ante su carácter electivo, cargan con toda la responsabilidad de la determinación de sus autoridades, y la fácil propensión a la seducción de las palabras de sujetos de intenciones dudosas, maquilladas con el supuesto encargo de la grandeza del pueblo. El caso de la ciudad creadora de la democracia nos enseña sobre los riesgos reales de un sistema que, al tiempo de conferir libertades, tiene la obligación de preparar a sus ciudadanos en la complicada labor de elegir conscientemente a sus autoridades, porque si no, la línea de cruzar el límite hacia la injusticia, es una realidad.