Los políticos providenciales.

Solo tres de las 12 regiones que celebraron elecciones mantendrán el dominio socialista (y por poco margen); se anticipa que en el resto prevalecerán coaliciones informales entre el Partido Popular y el partido de ultraderecha Vox. Los derrotados se dijeron sorprendidos porque “sus números económicos están bien”.

El tema es otro, y trasciende la península. La extrema derecha de corte anti inmigrante y conservadora en lo social, ha tomado fuerza en Italia, Hungría, Polonia, Francia y España. Dicho sea con verdad, el análisis tradicional de intención de voto toma en cuenta, sobre todo, los resultados económicos del gobierno en turno, y la percepción de mejora económica en el futuro. Por eso los datos de empleo e inflación deberían ser determinantes en el caso español, como en todos, pero no lo fueron. Con la derrota de Donald Trump en 2020 se anticipó, por muchos, un declive del populismo en general y del populismo de derecha en particular. Claramente no había que echar las campanas al vuelo.

El tema en Europa, aparentemente, no es económico, aunque las circunstancias económicas sean las más discutidas en su espacio público a partir de la guerra de Ucrania. No es tampoco de desempleo, pese a que era el gran foco rojo a partir de la pandemia. Si la extrema derecha se ha fortalecido en países tan disímiles como Italia y Suecia, quiere decir que hay un elemento identitario determinante en la intención de voto. Si además los perdedores y sus encuestadores no lo vieron, quiere decir que se repitió un fenómeno como el de Trump en 2016: la venganza de la mayoría silenciosa conservadora frente a un discurso progresista identitario que tiene el monopolio de la voz en todas las democracias occidentales. En pocas palabras, los progresistas más vocales son tan violentos e intimidatorios en la articulación de su discurso, que los conservadores han optado por quedarse callados, y esto da la engañosa impresión de que hay un consenso progresista en las sociedades. Pero cuando salen a votar, votan en contra de este, y si que quede lugar a duda, votan por lo más anti progresista, no por el centro democrático.

Los inmigrantes ilegales son un tema especialmente delicado en Europa, efectivamente, pero no hay que confundirnos: lo esencial para el auge populista no es que el enemigo sea necesariamente un migrante, sino que haya un enemigo al que se disocie narrativamente del “pueblo verdadero”. En todo caso, estos resultados, y el mapa político de Europa occidental en general, nos muestran que el mundo está lejos de haber superado este paréntesis de centralización de poder y afinidad de la mayoría por los “hombres providenciales” (o mujeres, como en el caso de Le Pen en Francia), ante un modelo desgastado de democracia deliberativa que se ha mostrado ineficaz para redistribuir de forma satisfactoria la riqueza creada durante los últimos 36 años.

Seguirán siendo los partidos que mejor articulen el resentimiento y la ira colectiva, y no los que tengan propuesta constructiva alguna, los que arrasen con las elecciones que se celebren durante los siguientes meses y años. Para el caso de México, esto debería poner a pensar a quienes piensan, desde la oposición, que apostar al discurso reconciliatorio y de vuelta a las instituciones será electoralmente rentable en el 2024.