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La inmersión en las aguas

La inmersión en las aguas

Suplemento viernes 14 de diciembre de 2018 -

TANIA FAVELA BUSTILLO

“La Aguja reconoce el Norte que el Marinero no ve”, escribió Emily Dickinson. A partir de este epígrafe, Tania Favela Bustillo traza un itinerario para adentrarnos en la lectura de una de las poetas más apasionantes de las letras mexicanas: Gloria Gervitz, quien este 2018 viajó de San Diego, donde reside, para recibir en el Palacio de Bellas Artes un homenaje por sus 75 años.

En 1817, en una carta dirigida a Mr. Bailey, John Keats escribe sobre las cualidades del poema largo:

“¿Por qué esforzarse tras un largo poema? Acaso no les gusta a los amantes de la poesía tener un pequeño país donde errar, donde resulte posible escoger y cortar, donde las imágenes sean tan numerosas que muchas quedarían olvidadas y por eso surgirán nuevas en una segunda lectura —algo que sirva de alimento para el paseo de una semana entera en el verano? Además, un poema extenso es una prueba de invención, que me parece la estrella polar de la poesía” (Lord Houghton, Vida y Cartas de John Keats, Pre-Textos, 2003. p. 66).

Esa “estrella polar” ha guiado por más de cuarenta años a la poeta mexicana Gloria Gervitz, quien comenzó a escribir su largo poema Migraciones a mediados de los años setenta. En 1979 publicó Shajarit, una plaquette de 19 páginas editada por la Imprenta Madero, y esa plaquette sería, sin que la poeta lo supiera, el inicio de Migraciones, poema que, en un largo monólogo ininterrumpido, fluye a lo largo de 266 páginas (la última edición de Migraciones se publicó en la editorial Mangos de Hacha en coedición con la Secretaría de Cultura en el 2017; todos los versos que se citan pertenecen a esta edición).

Gervitz, en unas notas tituladas “Algo sobre el poema Migraciones” (publicado en la revista El Poeta y su Trabajo 34, pp. 23-33), reflexiona sobre la génesis del poema: “ahora me doy cuenta que nunca tuve un plan con el poema, nació de sí mismo, se dio en la libertad de darse, he ido descubriendo el poema y me ha sorprendido, ha sido un descubrimiento de mí a través de él, el poema me impuso su tiempo y su estructura”.

Migraciones es ese “pequeño país”, y allí el lector, como quería Keats, puede internarse y encontrar: una imagen, un gesto, un lamento, un fulgor, la punta de un sueño, una visión, la oscilación de una emoción o el arrebato del placer. Cada lectura llevará al lector por una senda nueva y apuntará, por lo mismo, a un sentido distinto. Si hacemos un trazado rápido e incompleto de los posibles caminos a seguir dentro de ese territorio de palabras que es el poema, podríamos señalar algunas lecturas: la autobiográfica, que se desprende de las fotografías desgastadas que hablan de la migración del padre y de las abuelas que llegaron desde Rusia al Puerto de Veracruz; la elegiaca, que gira en torno a la muerte de la madre; la oracular, dentro de la tradición precristiana, en la que La Pythia señala el camino que el poema debe seguir; o la erótica, en la que el cuerpo, el placer y la masturbación se ponen en el centro.

Hay otros caminos que se pueden recorrer: el de la plegaria y el de la ofrenda, el de la memoria y el del olvido, el del éxtasis y el de la caída. Y también están, entreveradas en los versos del poema, la belleza y la intensidad de la vida: el lector puede zambullirse, por ejemplo, en los olores, las imágenes, los sabores y los sonidos de un mercado, y en medio de esa voluptuosidad, disfrutar de la capacidad que tienen las palabras de nombrar y de celebrar el mundo: “y en el zócalo comienza el bullicio del mercado / hay jugos de naranja y de toronja / y agua de horchata y de jamaica y de tamarindo / y atole de fresa y champurrado / y tamales de dulce y tamales oaxaqueños / y papayas y ciruelos y mangos de manila / y plátanos morados y plátanos machos / pencas de dominicos y tabascos / sandías más rojas que la sangre / guanábanas expuestas como sexos / capulines rojísimos / granadas escurriéndose / zapotes negros desbordándose / mameyes abiertos como vulvas / piñas gordas y jugosas”.

Ante todo, y más allá de cualquier camino a recorrer, Migraciones es un poema lírico, entendiendo el lirismo no como la expresión del “yo”, tampoco como la más alta expresión de la subjetividad, sino como el género que plantea la cuestión del deseo (las ideas sobre el lirismo las tomé del libro El amor al nombre de Martine Broda). Y si se habla del deseo, se tiene que hablar también de la carencia, ya que éste supone la ausencia de algo o de alguien y la necesidad de fundirse con aquello; de ahí que el lirismo esté cerca tanto de la experiencia erótica como de la experiencia mística. Por esto, según Martine Broda: “la epifanía es la propia cuestión del alto lirismo. Es ese canto del amor fati [amor por el destino], que celebra, en su puro aparecerse, lo efímero, lo perecedero”. ¿Qué es la vida y qué es la muerte?, se pregunta Gervitz, y quizás esboza una respuesta en este bello e inquietante verso que se repite tres veces a lo largo del poema: “sueña que es hermoso el sueño de la vida muchacha”, y ese verso nos habla al oído.

▶ Vida, muerte y destino: ese canto del amor fati, que es también un canto a la condición humana, resuena en el poema desde las múltiples y distintas preguntas que se abren sin encontrar respuesta: “¿me dejarás algún día a solas conmigo? / ¿me dejarás algún día llegar a ser la que soy? / ¿me dejarás?”

Y ahí la voz, esa voz tan personal y al mismo tiempo tan impersonal —la voz de Gervitz o la de cualquiera— reclama, ¿a quién?, quizás a sí misma o a algún Dios, o a la palabra o a la madre, no lo sabemos; pero sí sabemos que esa voz se estrella contra el vacío, por eso resuena el eco: ¿me dejarás?, ¿me dejarás?...

El sujeto lírico, entonces, es un sujeto abstracto, no se identifica con ningún “yo” y está, por lo tanto, siempre desasido de sí mismo. Platón en el Ion señala: “El poeta es un ser alado, ligero y sagrado, incapaz de producir mientras el entusiasmo no le arrasa y le hace salir de sí mismo”. La descripción que hace Platón del trance o la “manía divina” no está lejos de la experiencia de Gervitz; cito otros fragmentos de sus notas: “la poesía tiene mucho de revelación, de premonitorio, de oráculo, te dice, te va diciendo y a uno le pueden tomar años darse cuenta de lo que le fue dicho”; “y la buena poesía es más sabia que su autor”; “la poesía ha sido el puente que he tendido de mí a mí misma, de este yo a la otra yo que sabe lo que no sé y me dice y se dice y me sorprende y me acoge en ese su regazo de mí y me va diciendo y yo voy reconociéndome en lo que dice”. ¿Quién dice “yo” en el poema?: “ábreme con tu saliva / empújate hasta mi hondura hasta el desamparo / recíbeme como si fuese un puñado de tierra / tránsito yo misma”.

Ese “yo” en tránsito es cuerpo y palabra, dos elementos fundamentales en Migraciones: la voz se encarna en la palabra escrita y la palabra registra la intimidad del cuerpo: su respiración, sus latidos, sus segregaciones, su miedo y su deseo. Todo pasa por el cuerpo, de ahí la necesidad de percibir la escritura desde el cuerpo y al cuerpo desde la escritura: “cálido y apasionado cuerpo / no me dejes”, escribe la poeta, y más adelante: “y si digo / es el alma / ¿digo algo?”.

En Migraciones nos enfrentamos a una sensibilidad audio-táctil; el oído y la piel están siempre en juego en el poema: lo que se escucha y lo que se toca, o ser escuchada y ser tocada. Se trata del cuerpo y sus instintos, del cuerpo y su necesidad, del cuerpo y sus afectos, quizás por esto la presencia de lo animal se impone en muchos momentos del poema: “espero las noches como un animal amarrado que patea / patea”, “loba ¿estás ahí?”, “te lameré las manos como un animal”, “si tan sólo te quedaras // como una perra ciega / amamantando”, “estoy ahí ofrendada / lamiéndote como una perra”. Y la palabra también es animal: “las palabras / brevísimas húmedas // rozan la superficie / como una serpiente // y la voz sabe que no sabe”.

La palabra encarna a la voz, así como el cuerpo encarna al alma. La palabra está preñada. Lo uterino toma desde ésta su lugar en el poema: “Dijo: / yo soy la palabra / yo soy la que nace naciéndose de sí misma / ábrete para que te llene de mí / ábreme tu sexo ábremelo / y siente cómo te penetro y te fecundo / ábrete al placer de estar preñada de lo que no puede decirse / y ahora sabes […] date a luz a ti misma / empújate hacia afuera / y nómbrame”. Nombrar es dar a luz, pero aquí la que nombra el mundo es La Pythia, no Adán. Por eso, nombrar supone para Gervitz un acto femenino: el acto de la creación. La poesía ha sido siempre femenina y es por lo mismo, quizás, que el agua es el elemento de Migraciones. No sólo porque este largo poema es un poema-río, sino porque al parecer las paredes del poema, como las paredes de la matriz, están húmedas; la imagen que Gervitz nos da sobre esto es muy sugerente: “como Jonás en el vientre de la ballena / como la sibila dentro de las paredes húmedas/ sin saber qué decir sin nada para decir”. Y casi al principio leemos: “el chorro del agua cae / el agua me penetra / se abren las palabras del Zohar / quedan las preguntas de siempre / y yo me hundo más y más”. Leer Migraciones es sumergirse en las palabras, como la novia judía se sumerge en las aguas de la Mikveh antes de la boda, para salir transformados.

Recorrer Migraciones implica emprender un viaje y dejarse guiar por las palabras que resuenan; ¿hacia dónde vamos?, quizás hacia el centro de nosotros mismos, de nosotras mismas: ciegos y deslumbradas por la luz, avanzamos o nos detenemos, escuchamos o recordamos, sentimos dolor y placer. La poesía es una forma de conocimiento, es aventurarse en lo desconocido: ese fue y sigue siendo también el viaje de la poeta: así como la Aguja reconoce el Norte que el Marinero no ve, la Poesía reconoce el Norte que la Poeta no puede ver. Escribir, para Gervitz, ha supuesto siempre adentrarse en un proceso oscuro y ahí, inmersa, estar atenta ante el posible resurgimiento de la voz.

EL POEMA (FRAGMENTO)

Migraciones

GLORIA GERVITZ

es en esta luz que se consume

en su transparencia

donde más te busco

es en la resequedad de esta mañana

imperceptible derramada

agua en los labios del sediento

madre soy yo la buscada

te he llevado sobre mí

sintiendo tu peso

y el olvido me duele

como una herida la luz se aquieta

y te oía dentro de mí

te oía en la desembocadura

naciéndote

y las palabras se hundieron

y el llanto se embebió en la arena

y yo me quedé en la orilla

y había algo entrañable en los días y en el recuerdo de los días

y me tomó el tiempo de vivir para despertar

pero lo más importante no lo dijimos

era cerca del corazón oscuro de los sauces

donde aún te nombro y me postro ante ti

como antes como siempre

Gloria Gervitz, Migraciones. Poema 1976-2016, México, Editorial Mangos de

Hacha/Secretaría de Cultura, 2017, p. 81.


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IM/CR

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