Detención, liberación y lecciones

Para quienes vemos en la seguridad, más que función del Estado, una pasión que trasciende tiempos y cargos, resulta relevante que los mexicanos mantengamos la tradición de respetar a nuestras Fuerzas Armadas. Falibles, con errores y señalamientos, como toda institución operada por seres humanos, pero admiradas y queridas.

No es motivo de este artículo ahondar en el caso del General, del que mucho se hablará todavía. La prudencia debe prevalecer en tanto no se abra completamente el telón de lo que hemos conocido a cuentagotas.

Sin embargo, vale reflexionar cómo obtener de este episodio lecciones para mejorar nuestro rumbo en seguridad y combate al crimen organizado, máximo cáncer de un país solo por debajo del terrorismo.

Primeramente, los dichos de criminales deben ser cada vez menos valorados, si no se acompañan de pruebas contundentes. Mucho daño causan las “confesiones” que ven en la defenestración de aquellos que los persiguieron, una forma de venganza.

El episodio representa una oportunidad para la actual administración: renunciar al discurso que confunde “intervención” con “colaboración”. La soberanía nacional en el siglo XXI, exige coordinación óptima para enfrentar amenazas comunes. Es el fundamento de la Convención de Palermo, máximo instrumento para combatir a la delincuencia organizada tasnacional.

Deben cesar descalificaciones a las agencias norteamericanas con presencia en México que, dicho sea, han enfrentado sus propios desafios durante la gestión del presidente Trump. Su presencia, como la de muchas otras instancias de seguridad púbica y nacional de distintos países en México, antes son razón de fortaleza, que un obstáculo.

Un gobierno que aspira a combatir las causas originarias de la criminalidad, no debe por ello renunciar a la persecución permanente del crimen organizado; miles de muertes y hechos de violencia se deben a la maquinaria criminal trasnacional, que no cesará por la existencia de programas sociales.

Presentar como novedoso el modus operandi de organizaciones criminales, como se hizo recientemente en una conferencia matutina a propósito de la conexión Asia - México, habla del desdén por el avance de pasadas administraciones en la materia, que si bien no lograron resolver de fondo el problema, fijaron una hoja de ruta que merce continuidad, no trazarla de cero.

Pensar que todo esfuerzo pasado debe desestimarse por pertenecer al “periodo neoliberal”, es negar el trabajo de profesionales que por décadas han combatido este flajelo. El crimen organizado contamina también a las más honorables instituciones. Por eso hay que combatirla con severidad y todo el peso del Estado, gobierne quien gobierne.

Sería deseable recapacitar sobre la seguridad pública desde una visión civil y combinarla con el esfuerzo de nuestras Fuerzas Armadas. Dicha mezcla ha sido clave en la detención de importantes criminales los últimos años.

Delincuentes de la talla del que, según versión periodística, exigen nuestros vecinos a cambio de acuerdos como el que posibilitó el retorno del General, han sido procesados y sentenciados con trabajo conjunto en épocas recientes. Uno, el más importante, hasta en dos ocasiones. La última y definitiva, por policías federales que demostraron que también pueden ser incorruptibles.

Las lecciones no aprendidas llevan a la reincidencia. Nadie lo quisiera.