Globalización: ¿arma eficaz contra la corrupción?

La lucha contra la corrupción no es nueva. Las primeras batallas en este sentido deben reconocerse a millones de hombres y mujeres en distintas latitudes, que clamaron en su momento por transparentar el ejercicio del servicio público a todos los niveles.

Ya el propio Aristóteles se refería a la corrupción, al señalar:

“Se comete, pues, la injusticia, cuando se cree que la acción es posible de realizar en sí y en relación a uno mismo, bien porque al hacerlo quede uno oculto, o sin quedarlo no deba someterse a la justicia, o cuando, sometiéndose a ella, el castigo le parece ser menor que el provecho propio o de aquellos por quienes uno se interesa. Qué cosas parecen posibles y resultados imposibles, se dirá en lo que siga, porque estas cosas son comunes a todos los géneros de discursos; piensan ser capaces de hablar bien, y los que son hábiles en el obrar y los que están habituados a muchos pleitos, y también si tienen muchas amistades y son ricos. Sobre todo, si ellos mismos pueden contarse entre los dichos; y si no, si los apoyan a ellos amigos de esta clase, o bien sirvientes o cómplices que tengan estas cualidades; porque, gracias a estas cosas pueden obrar injustamente y quedar ocultos y no someterse a la justicia. También si son amigos de los que sufren la injusticia o de los jueces se atreven a cometer injusticia; porque los amigos no están prevenidos contra la injusticia y se reconcilian más fácilmente antes de tratar de vengarse, y los jueces favorecen a aquellos que son amigos suyos y los liberan del todo o les imponen un castigo menor”. (Aristóteles, Retórica, Libro 1, capítulo 12).

Por su parte, Platón, en La República, dice:

“Si buscan el dinero se convertirán no en protectores y amigos de sus conciudadanos, sino en odiosos déspotas. Pasarán la vida entera aborreciendo y siendo aborrecidos, conspirando y siendo objeto de conspiraciones, temiendo, en fin, mucho más y con más frecuencia a los enemigos de dentro que a los de fuera. Correrán así en derrechura al abismo y se hundirán ellos y, con ellos, la ciudad y sus ciudadanos" (Platón, República, III, 417 a-b).

¿Por qué si desde tiempos remotos la corrupción es parte de la discusión pública, debieron pasar miles de años para que la voluntad internacional se sume en una misma dirección en su prevención y combate?

En el año 2000, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), publicó la obra Las reglas del juego cambiaron: la lucha contra e soborno y la corrupción, en la que se plasman las más lúcidas reflexiones acerca de la necesidad de explicar, prevenir y combatir la corrupción.

El antecedente que inspira la obra es la Convención de 1997 para combatir el cohecho de servidores públicos extranjeros en transacciones comerciales internacionales, que entró en vigor en 1999. Posteriormente, en el año 2003, se firma la Convención de las Naciones Unidas contra la Corrupción, que marcaría el rumbo definitivo del compromiso internacional en contra de este flagelo.

Pudiera afirmarse entonces que la lucha contra la corrupción – eje fundamental de la política criminal imperante en el mundo- hubiera sido imposible sin la integración y homologación de principios de carácter universal, hoy presentes en las Constituciones de la mayoría de los países pertenecientes a la ONU.

En suma, la globalización parece tener especial peso en el combate a la corrupción. Sin ella, la lucha por transparentar el ejercicio del poder público seguiría siendo un ideal, y no una realidad en distintos ordenamientos jurídicos. Perfectibles, pero existentes.