Por Ricardo Burgos Orozco
Durante mis recorridos por distintas estaciones del Metro nunca falta la presencia de niñas y niños, ya sea acompañados de sus papás porque van a la escuela o a pasear o solos porque tienen que trabajar como vagoneros o pedir dinero para apoyar a sus familias. Hay de todo con más de cinco millones de personas circulando todos los días en las 11 líneas que por ahora están funcionando.
Hace tiempo me encontré con un grupo de niños de entre cinco y siete años en la estación Candelaria; cinco mujeres y cinco hombres acompañados de sus respectivos papás y todo el grupo venía comiendo golosinas; yo vestido de traje – nuevo, por cierto --. En un momento dado quedé en medio de ellos mientras jugueteaban; me bajé, transbordé de la Línea 1 a la 3, llegué a la oficina una hora después y una secretaria me avisó que traía pegada una paleta de dulce en la parte de atrás del saco y se movía como badajo de campana mientras caminaba. Así viajé en el Metro durante muchas estaciones y ni cuenta me di.
Una vez un niño se vomitó muy cerca de mi cuando iba de Tasqueña a Cuatro Caminos. Antes le había advertido a la señora que su niño, de unos ocho o nueve años, traía su carita muy pálida, se notaba mareado, le dije. De pronto el chavo soltó del estómago todo lo que había desayunado; me salpicó zapatos y pantalón. La mamá se bajó del vagón de inmediato en San Antonio Abad con su pequeño y yo en la estación Zócalo; no me quedó otra que ir como andaba a una reunión en el edificio de la Secretaría de Educación Pública frente a la Plaza de Santo Domingo.
Muy agradable fue encontrarme con una niña de doce años de edad en uno de los vagones de la estación Indios Verdes. Nunca supe su nombre, no se le pregunté, pero me contó que iba en primer año en la Secundaria Técnica 35 “Lázaro Cárdenas” en la colonia Capultitlán, turno vespertino –muy cerca del Metro Potrero --; saliendo de la escuela se va un rato a pedir dinero a los usuarios para ayudar a sus papás en los gastos de la casa porque no tienen trabajo.
Otra ocasión platiqué con un vagonero que vende cubrebocas en la Línea 3. Se quejaba de la poca venta; llevaba tomada de la mano a una niña de unos tres años de edad. Me dijo que debía traerla consigo porque su esposa estaba embarazada a punto de dar a luz y no había quien la cuidara en casa. Tenía que estar pendiente de ella que no se le fuera a extraviar y también de la vigilancia en el Metro porque si lo ven lo remiten al juez cívico. La pequeña parecía divertida acompañando a su papá al trabajo y “luchaba” por zafarse para correr libremente.
Hace unos días leí que una niña quedó atrapada en las escaleras eléctricas en la estación Jamaica porque la chiquilla traía desatadas las agujetas de sus zapatos y una de ellas se le atoró entre el mecanismo en movimiento; ya se imaginan la angustia y el susto para la mamá. Personal de bomberos pudo liberarla minutos después y el incidente no fue de consecuencias.
A quienes ya he visto poco es a niñas y niños vendiendo mercancía dentro de las instalaciones del Metro. Según las autoridades del gobierno de la Ciudad de México, han logrado que más de mil 400 pequeños dejen de trabajar como vagoneros en una estrategia que incluye a sus papás, con alternativas de empleo. Ojalá sea efectivo ese programa, le den seguimiento y se erradiquen las mafias que explotan chavitas y chavitos en el Sistema de Transporte Colectivo.
Imagen: Especial