INACIPE

Mientras los problemas nacionales acaparan la agenda cotidiana, los “no problemas”, la construcción de posibles soluciones a innumerables dilemas, son tan discretas como gotas de agua en un río. El Instituto Nacional de Ciencias Penales es similar a una de esas gotas.

En la calle de Magisterio Nacional de la Alcaldía Tlalpan de la CDMX, centenares de mentes, aun en aulas virtuales debido a la aparición del COVID19, marcan la agenda de la justicia penal de nuestro país ampliando horizontes diversos sobre las Ciencias Penales en su conjunto.

En cuarenta años de historia, ha sido epicentro de las más importantes ideas en torno a la procuración de justicia, prevención y persecución del delito, política criminal, victimología, criminalística, sistema anticorrupción, derecho penal internacional y más recientemente hasta de psicopatología forense.

Los más reconocidos penalistas han formado a distintas generaciones de peritos, ministerios públicos, abogados litigantes, defensores públicos, jueces, peritos, que brindan su esfuerzo a consolidar las áreas de seguridad y justicia en los tres órdenes de gobierno. También, a una importante cantidad de profesionales de otras disciplinas que han visto en el Instituto la mejor oportunidad de comprender el fenómeno jurídico penal a través de sus distintas ciencias y técnicas.

Personajes de la talla de Celestino Porte Petit, Gustavo Malo Camacho, Ignacio Carrillo Prieto, Luis Fernando Doblado, Fernando Castellanos Tena, por citar algunos, han fungido como sus directores. La gestión de Gerardo Laveaga Rendón, que abarca más de 13 años en distintos periodos, reactivó la vida académica del Instituto después de una época complicada que pudo representar su cierre definitivo y lo posicionó como el mejor de su tipo en la región. En esa misión participó también Álvaro Vizcaíno Zamora, como Secretario General Académico y un gran equipo de trabajo.

La década de 2000 a 2010 fue particularmente relevante, pues fue el parteaguas de la alternancia política que, entre otras cosas, significó la transformación del marco jurídico penal y de seguridad pública de nuestro país. Fue el INACIPE el primero en organizar un Foro Internacional sobre el Sistema Acusatorio y abrir un amplio debate que terminaría cristalizado en la reforma constitucional del año 2008.

Pocos centros académicos dedicados al estudio del fenómenos jurídico penal pueden preciarse de conjuntar a sus más importantes exponentes, como Sergio García Ramírez, Olga Islas Magallanes, Luis Rodríguez Manzanera, Eugenio Raúl Zaffaroni, Claus Roxin, Günter Jakobs, Luigi Ferrajoli o Francisco Muñoz Conde, por citar solamente algunos, en un mismo semestre en distintas conferencias.

En su auditorio resuenan las palabras de personajes de talla mundial, como Giovanni Falcone, el icono del combate al crimen organizado en Italia, inspiración para muchos, dentro de los cuales me encuentro. Su asesinato no impidió que su legado se mantenga vigente. El Instituto publicó sus conferencias y con ello permitió que muchos tengamos la primera noción de la estructura e historia de las más importantes organizaciones criminales de su tiempo, como la Cosa Nostra, la Camorra y la Ndrangheta.

Sus alumnos son personas comprometidas con las mejores causas del país, sensibles y con deseos de trascender como servidores públicos o practicantes de la materia penal y la seguridad.

Recordar la relevancia del INACIPE es reconocer que existe una hoja de ruta hacia un México en paz a partir de la mejor formación de los operadores del sistema de justicia penal y seguridad y de la riqueza que sus investigadores y docentes aportan con su esfuerzo.

Es una buena noticia para el país, que en medio de las grandes crisis, existan razones para creer que las cosas pueden y deben mejorar. El INACIPE es una de ellas y no es una cuestión menor.