Invasión, detrás de la reactivación económica del Centro Histórico

Escipión

Los capitalinos podemos presumir nuestra magnífica ciudad, no solamente por ser la mayor del hemisferio occidental, por encontrarse entre las diez más ricas del mundo y contar con la cantidad y calidad de museos más importante del orbe, solamente superado en cantidad por Nueva York. La Ciudad de México tiene el Centro Histórico más grande de América, supera a Madrid en cuatro veces y a Roma al doble. Si no somos nosotros, los orgullosos herederos, nadie cuidará con tanto amor, lo proporcional a ocho siglos de grandeza ostentada en cada calle, palacio y templo que nos enriquece.

Durante los días navideños hemos tenido una cantidad gigantesca de visitantes de todas partes del mundo y del país, es vital para la necesaria reactivación económica. Seguramente las cifras serán excelentes y convertirán a nuestra ciudad como una de las más visitadas del mundo. En medio de tanta celebración, también se erige ante nosotros un negro hecho que nada puede justificar: el ambulantaje.

Cierto es que, sin el panorama de desigualdad de nuestro país, no podríamos comprender parte del fenómeno de la instalación de esas personas en la vía pública, pero tampoco podemos conformarnos con ese motivo para justificar o alentar su instalación con los daños evidentes que su presencia provoca. Robo de energía eléctrica con el riesgo de cortos circuitos; entorpecimiento de la vialidad; daño a negocios establecidos que sí pagan impuestos y salarios a sus empleados, representando inversiones millonarias por mantener limpia la capital. Injusto es una instalación que no aporta nada de lo mencionado, sino impunidad y violencia.

La masiva invasión de ambulantes tanto en el Paseo de la Reforma, como en el Centro Histórico no es un hecho más de la Ciudad, es una invasión motivada por grupos perfectamente organizados que han tenido el descaro de tratar con personas en condiciones vulnerables.

Organizaciones de origen oscuro como los “Cuatrocientos Pueblos”, apelando a prejuicios de nuestra sociedad, se creen con el derecho de movilizar personas, con el riesgo de dañar nuestro patrimonio para que unos cuantos liderazgos, se regodeen en sus privilegios. Una ciudadanía omisa que solamente ve artesanías, donde está la extorsión, la amenaza y la miseria que no puede conformarse con exposiciones victimizadoras. Si queremos cohabitar en medio de la explotación de nuestros conciudadanos, entonces sigamos siendo omisos y no juzguemos lo que se encuentra detrás de cada contingente invasor de nuestro espacio cívico.