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Lobo Antunes y Cardoso Pires vs. los turistas intelectuales

Lobo Antunes y Cardoso Pires vs. los turistas intelectuales

Columnas jueves 21 de mayo de 2020 -

(Segunda parte)
Por Ricardo Sevilla
Pese a que en su juventud José Cardoso y António Lobo Antunes solían salir de Portugal, en su madurez, encontraron mayor fruición en los viajes locales. Durante sus gozosas procesiones, ambos solían cantar a coro fados inspirados en personajes ciegos, rengos y mendicantes. También interpretaban boleros donde las protagonistas eran prostitutas ajadas que tejían, balanceando sus papadas, al ritmo de la música, mientras permanecían a la espera de su escasa clientela.
Al término de la jornada, los escritores se juntaban para hacer la recapitulación del día. Después de conversar largamente sobre los detalles que los habían asombrado, ya casi al filo de la madrugada, se despedían acompañados por “una suave melodía de vals hacia sueños de niño sin la angustia de lo trivial”, según contó el propio Cardoso.
Días después de la muerte de su compañero de viajes (ocurrida en 1988), Lobo Antunes recordó a su amigo en un melancólico texto, “A José Cardoso Pires, al oído”, donde apunta: “Me hacías recordar a un delincuente juvenil fugado de un reformatorio por la puerta trasera, en otros momentos a un ratón perdido en el gruyer sin encontrar los agujeros, casi siempre un chiquillo ocultando su angustia bajo la ironía en bares azarosos, donde bebías whisky con la ilusión de una limonada y conversabas de literatura con la seriedad inmensa con que se discuten las peripecias vitales de un juego a las canicas”.
El psiquiatra Lobo Antunes siempre vio a Cardoso como un hombre atormentado, como un personaje atrapado “en una lucha indecisa y dolorosa, en una orfandad que la familia de las palabras no podía consolar”.
Un día, el abstemio Lobo Antunes, preguntó a Cardoso ⎼un asaz bebedor de vino⎼: “¿Por qué bebes?”, y la respuesta de Zé fue categórica: “Porque me dan pena las personas que no beben; se despiertan por la mañana tal como van a sentirse durante el resto del día”.
Hoy, António Lobo Antunes (1942) ha terminado por alcanzar una vejez muy parecida a la de Cardoso: “no frecuento a los amigos (que cada vez son menos) porque, animados por un gesto fraterno, siempre me dan palmadas en la espalda que terminan descoyuntándome las vértebras”.
En su libro Da Natureza dos Deuses (2015), Lobo habla sobre el desánimo que le provoca la literatura: “Escribir es una actividad que raramente asocio al placer”.
A pesar de ser un autor bastante prolífico ⎼tiene, al menos, quince libros más que Cardoso⎼, nunca ha sido un tipo especialmente parlanchín. En un texto titulado Datos para la biografía de Antonio Lobo Antunes, afirma: “Yo soy un jubilado. Los jubilados hablan poco y yo también”. En ocasiones ⎼confiesa él mismo⎼ se sienta frente al televisor y, aunque casi nunca entiende lo que ocurre en la pantalla, continúa mirando hasta que, de pronto “un niño me sonríe desde el aparato. Lamentablemente la sonrisa dura poco tiempo. Tal vez ni siquiera sea una sonrisa. Tal vez soy yo el que necesita de una sonrisa. Hay momentos en la vida en los que necesitamos tanto de una sonrisa”.
En busca de un asidero que lo alivie de la monotonía, el autor de Buenas tardes a las cosas de aquí abajo, a veces, se asoma por sus libreros. Pero lo único que encuentra son “lomos y lomos inútiles en los estantes, ediciones de los escritores que me gustaba leer y ahora me resultan indiferentes: Felisberto Hernández, William Gaddis, Eliseo Diego”. También le gusta la música; especialmente Chopin, a quien suele escuchar en discos de setenta y ocho revoluciones, con los saltos de la aguja que terminan formando parte de la música: “por cada giro un sollozo rechinante que acentúa la melancolía del piano”. Pero el encanto, si lo hay, también le dura poco. Otras veces sale al patio, toma una silla y, subiéndose a ella, se asoma por la barda, apoyando la barbilla en el muro, lleno de una tediosa paciencia, a que ocurra algo. Y, al cabo de un rato, lo único que sucede es que su pasado irrumpe en su presente: recuerda que fue un niño de coro y que la iglesia lo asustaba. También acuden a su memoria aquellos santos con sandalias y pies astillados que, como él los veía, no necesitaban ser sacudidos de polvo, sino que “exigían más agua oxigenada para sanar sus heridas”.
El autor de Conocimiento del Infierno, con los ojos estancados por la congoja, escribe cada vez menos. A duras penas puede ver lo que apunta en la hoja. Escribe prácticamente a ciegas, sintiendo que sus líneas “se montan unas a otras en el papel”. Muchas veces permanece durante varias horas sentado ante su escritorio, esperando que le vengan las palabras “y nada que llegan”. En sus últimos escritos, cada vez más cortos, una y otra vez, asoma el tedio que le comporta la faena literaria: “Llevo más de una hora en busca de una idea para esta crónica: no tengo ninguna. Oigo pasos en el corredor, los automóviles en la avenida. De vez en cuando, voces. Escribo en papel sellado y como no sé qué escribir relleno con la estilográfica los círculos de las oes. Me quito las gafas. Limpio las gafas. Como debajo de las letras hay números de teléfono, aprovecho y relleno también los círculos de los ceros”.
En su Segundo libro de crónicas ⎼donde, una vez más, recuerda a Cardoso⎼, Lobo Antunes nos dice algo más sobre su hastío: “yo quería que la patria se jodiera, además del fascismo y la democracia y todo lo demás”.
A sus 78 años el escritor portugués prefiere dejarse arrastrar por la fantasía, un territorio que, por cierto, un día le fue prohibido por su padre. “Déjate de fantasías”. Pero, afortunadamente para sus lectores, el tipo no lo hizo nunca. Al contrario: al decirle aquella frase, su progenitor le descubrió el único lugar donde se ha sentido a gusto y desde donde ha podido escribir, “como si tocara el piano en las nubes”.
Sin proponérselo, se va pareciendo cada vez más a su amigo Cardoso, a quien siempre recuerda con nostalgia: “Lo que aparece frente a mí, Zé, somos nosotros dos separados por una mesa de restaurante, tú con vino y yo con agua o cerveza sin alcohol… Me haces mucha falta, mucho más de lo que imaginé que me harías”.


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