Suplemento
Diez grandes películas sobre el futbol americano, una por década desde los años veinte, es el menú cinematográfico imprescindible para acompañar el Súper Tazón, la cita anual que los aficionados al deporte de las tacleadas esperan sin falta cada primer domingo de febrero.
ERNESTO DIEZMARTÍNEZ
¿Cuál es el deporte más auténticamente estadounidense? Depende a quién se lo pregunte y, sobre todo, cuándo lo pregunte. Si es en otoño, época de la Serie Mundial, la respuesta será el beisbol. Si es en invierno, no hay otro deporte a la vista que el futbol americano.
Desde los llanos del barrio infantil hasta los terrenos del exigente profesionalismo, pasando por el emparrillado colegial; con sus héroes legendarios e impolutos y sus héroes caídos en la desgracia y la ignominia, el futbol americano es uno de los espectáculos por excelencia de la cultura estadounidense.
A continuación, van diez grandes películas hollywoodenses sobre el futbol americano, una por década. ¡Primera y diez!
El novato (The Freshman, EU, 1925), de Fred C. Newmeyer y Sam Taylor. Harold Lloyd nunca fue gracioso por sí mismo: son las circunstancias que lo rodeaban desde donde surgían los gags. No hay nada chistoso en el empleado de una tienda departamental que, por una serie de enredos, tiene que escalar a mano limpia un edificio de doce pisos en el clásico El hombre mosca (Newmeyer y Taylor, 1923), sino en lo que le pasa al pobre diablo, interpretado por Lloyd, al subir cada uno de los pisos. Sucede lo mismo en El novato, en el que Lloyd encarna a Harold Lamb, un ingenuo provinciano que llega a la universidad con la idea de ser el más popular de todos los “novatos”, así que, para hacerse de fama, decide entrar al equipo de futbol americano. El siempre optimista Lloyd cree que ha sido elegido como jugador pero, en realidad, no es más que el aguador del equipo. Los últimos 15 minutos del filme están ubicados en el emparrillado, cuando Lloyd entra a jugar y, previsiblemente, logra que su equipo colegial triunfe. La aptitud física de Lloyd es, por cierto, notable.
Cuatro del mismo palo/Plumas de caballo (Horse Feathers, EU, 1932), de Norman Z. McLeod. Quincy Adams Wagstaff (Groucho Marx) es el nuevo decano del Huxley College, donde estudia –es un decir– su hijo Frank (Zeppo Marx). Después de su presentación ante el cuerpo docente, en la que les aclara, cantando, que está en contra de todo lo que le propongan –una suerte de himno avant-la-lettre de las redes sociales de nuestros días–, el profesor Wagstaff decide resolver el asunto más apremiante del Huxley College: desde 1888, el equipo de la universidad no gana un solo juego de futbol americano. Por lo mismo, se va al bar clandestino más cercano y contrata a dos supuestos grandes jugadores, Pinky y Baravelli (Harpo y Chico Marx), con la idea de ganar el siguiente partido. Cuando llega el momento del juego crucial, ya se imaginará usted el nivel de anarquía que provocan los hermanos Marx sobre el emparrillado. O, mejor dicho, no creo que se imagine: las estrategias de los Marx para ganar el juego tienen que verse para creerse. Y para morirse de la risa.
Creador de campeones (Knute Rockne, All American, EU, 1940), de Lloyd Bacon. Esta biopic del legendario entrenador de futbol americano de origen noruego Knute Rockne (1888-1931) puede que sea todo lo convencional que usted diga, pero resulta genuinamente entretenida de principio a fin, desde el momento en el que Rockne y su compañero y amigo Gus Dorias crearon el pase adelantado como táctica ofensiva, hasta cuando “Rock”, después de asistir a un espectáculo de coristas, decide enseñarles a bailar a sus jugadores, con el fin de que aprendan a moverse frente a sus rivales. Pat O’Brien está muy convincente como “Rock” y, en un papel secundario pero significativo, un Ronald Reagan de 29 años encarna al legendario quarterback George Gipp, “The Gipper”, un papel que, con el paso del tiempo, haría famoso al cuadragésimo presidente de Estados Unidos, quien sería reconocido con ese apodo. Algo más: doble contra sencillo que no se podrá sacar de la cabeza el pegajosísimo tema de la película, “Victory March”, el himno de la Universidad de Notre Dame, alma mater del gran Knute Rockne que, como entrenador de los Fighting Irish del futbol colegial, terminó con un impresionante récord de 105 victorias, 12 derrotas y 5 empates. Y recuerden, “¡ganen uno por el Gipper!”.
Hombre de bronce (Jim Thorpe, All American, EU, 1951), de Michael Curtiz. Jim Thorpe (1888-1953) fue, acaso, el más talentoso y versátil deportista estadounidense del siglo pasado. De origen indígena –pertenecía a la tribu Sac y Fox de Oklahoma–, jugó a nivel universitario y profesional futbol americano, beisbol y basquetbol, e incursionó en varias ramas del atletismo universitario, a tal grado que ganó sendas medallas de oro en pentatlón y decatlón en los Juegos Olímpicos de Suecia 1912 –medallas que le fueron retiradas porque se descubrió que cobraba dinero jugando béisbol semiprofesional–. Esta película, dirigida por el gran cineasta de origen húngaro Michael Curtiz (director de Casablanca/1942), está centrada en los triunfos y en las tribulaciones de Thorpe (Burt Lancaster, nada menos), quien es retratado como un deportista de inconmensurables aptitudes, pero también con no pocos monstruos encerrados en el clóset, provocados por el resentimiento que le causó el racismo que padeció por su origen indígena. Esto no le impidió, eso sí, jugar con una decena de equipos profesionales de futbol americano a lo largo de toda su carrera.
Paper Lion (EU, 1968), de Alex March. Alan Alda interpretó su primer papel protagónico encarnando a George Plimpton (1927-2003), el célebre periodista deportivo que, en 1963, participó en la pretemporada de los Leones de Detroit haciéndose pasar como un novato que buscaba llegar al equipo grande en calidad de quarterback. La realidad es que muy pronto todos sus compañeros de equipo supieron que no era un deportista profesional –si usted ve las fotos del George Plimpton de esa época verá por qué lo descubrieron–, lo que no evitó que el periodista escribiera una crónica muy celebrada en su tiempo. La película, basada libremente en los textos de Plimpton, tiene su interés no solo por la acuciosa crónica procedimental que hace de los rudos entrenamientos que se necesitan para estar en forma en este deporte, sino por el retrato que el filme hace del propio Plimpton, quien llega a creer que, de verdad, tiene la capacidad de jugar futbol americano profesionalmente. Además, para los aficionados al deporte, abundan los cameos de jugadores y entrenadores de la talla de Vincent Lombardi, Alex Karras, Frank Gifford y otros más.
Golpe bajo: el golpe final (The Longest Yard, EU, 1974), de Robert Aldrich. En uno de sus papeles más recordados, el recientemente fallecido Burt Reynolds encarna a Paul Crewe, un retirado jugador de futbol americano que, por golpear a su novia, robarle su auto y resistirse la detención de la autoridad, es condenado de 2 a 5 años de trabajos forzados. El problema es que al llegar a la Citrus State Prison de Florida, el alcaide del lugar (un perfectamente untuoso Eddie Albert) lo presiona para que entrene al equipo semiprofesional de celadores. Paul le hace una contrapropuesta al alcaide: preparar a un equipo de prisioneros que le sirvan de “sparring” a los celadores, que están destinados a jugar un campeonato nacional. El revisar este clásico setentero deportivo en nuestros días puede provocar reacciones encontradas: por un lado, es cierto que el protagonista no es más que un macho violento, misógino y narcisista; por el otro, hay en esta película, dirigida con la vitalidad de siempre por Robert Aldrich, una insólita veta subversiva y hasta antisistémica que no es tan común en el cine popular del nuevo siglo.
Échame la pelota, chica (Wildcats, EU, 1986), de Michael Ritchie. Olvídese del terrible título en español, que parece provenir de la Madre Patria. Estamos ante una muy entretenida comedia deportiva en la que Molly (una simpática Goldie Hawn), una mujer divorciada, madre de dos niñas, y entrenadora de atletismo en una prepa de Chicago, recibe la oportunidad –más bien, la mala broma– de navegar a un equipo de futbol americano de una prepa multirracial y de barrio bravo, los “Wildcats” del título en inglés. Por supuesto, formulita obliga, los problemas familiares de la entrenadora –la rebeldía de la hija mayor, las exigencias del exmarido ojete– se alternan con las dificultades que enfrentará para disciplinar a un grupo de ingobernables adolescentes entre los que se encuentran unos jovencísimos Woody Harrelson y Wesley Snipes. Desde el inicio sabemos en qué terminará todo, pero esto no evita que la película avance sin dificultad alguna, bien dirigida por el buen artesano Michael Ritchie, que una década antes había realizado el clásico beisbolero infantil Los osos de la mala suerte (1976).
Un domingo cualquiera (Any Given Sunday, EU, 1999), de Oliver Stone. Los Tiburones de Miami tiene una racha perdedora, algunos jugadores están lastimados y su gran estrella (Dennis Quaid) ha envejecido. Un golpe de suerte lleva al desesperado entrenador Tony D’Amato (Al Pacino gritoneando a todo mundo) a usar a un jugador de reserva (Jamie Foxx) que resultará, aparentemente, ser la solución a todos los problemas del equipo. Este drama deportivo dura demasiado (162 minutos son muchos, sobre todo cuando hay algunas digresiones innecesarias), pero el vigoroso Stone sabe cómo atrapar el interés del espectador y las secuencias en el emparrillado son tan realistas como emocionantes. Además, siendo una película de Stone, no falta la mirada crítica a cómo se maneja el deporte de las tacleadas y a los entretelones económicos de los que no se salvan dueños, entrenadores ni jugadores del futbol americano.
Duelo de titanes (Remember the Titans, EU, 2000), de Boaz Yakin. Estamos en los turbulentos años 70, en una preparatoria de Virginia. Un coach afroamericano, Herman Boone (Denzel Washington), llega a dirigir al equipo de los Titanes y, previsiblemente, los jugadores blancos y sus furibundos padres se niegan a aceptar su autoridad, aunque luego son convencidos por el antiguo entrenador, el WASP Bill Yoast (Will Patton), quien acepta a regañadientes servir de asesor del coach negro. Así empezará un largo camino para Boone, no sólo para convencer a propios y extraños que puede llevar al triunfo a los Titanes, sino para que todos los jugadores (blancos y negros), sus respectivos padres y, de hecho, el pueblo entero de Alexandria, Virginia, empiecen a vencer odios y prejuicios centenarios en favor de un mejor entendimiento entre razas, clases sociales y extracciones culturales diversas. Todo lo anterior suena como si Duelo de titanes fuera un filme muy serio con preocupaciones socioculturales e históricas, pero la película se mueve en terrenos mucho más sencillos y recurre en más de una ocasión al chantaje sentimental y a los tics y emociones del cine deportivo más efectivo para hacerle pasar un buen rato al respetable.
Paterno (EU, 2018), de Barry Levinson. Joe Paterno (1926-2012) estaba destinado a opacar el recuerdo del legendario Knute Rockne. Con una impresionante marca de 409 juegos ganados, 136 perdidos y tres empatados como entrenador del equipo de futbol americano de la Universidad de Pensilvania, JoePa –como era conocido y hasta venerado– terminó su carrera en la ignominia cuando se descubrió que uno de sus asistentes había cometido decenas de abusos sexuales infantiles, alguno de ellos dentro de las instalaciones donde entrenaba el equipo. Una joven periodista (Riley Keough) es la que da a conocer el escándalo que cimbró al futbol americano colegial al inicio de esta década. El veterano Levinson dirige esta película para televisión tratando de emular a la ganadora del Oscar 2016 En primera plana (McCarthy, 2015), que trata de los abusos sexuales de la iglesia católica en Boston, aunque se queda corto, en parte porque no tiene un reparto tan lucidor como el de aquella cinta. Eso sí, Joe Paterno es interpretado por Al Pacino que, para fortuna de todos, aquí está muy efectivo y mesurado.