Nacido en el seno de una familia ortodoxa judía emigrada a EU, el químico y escritor predijo un futuro dominado por las computadoras, los robots y la conquista espacial; se jactó de haber publicado unas dos millones de palabras de ciencia ficción y medio millón de no ficción
Por Ricardo Sevilla
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Los lectores de Isaac Asimov (1920-1992) lo reconocen como uno de los padres de la ciencia ficción y un importante divulgador de la ciencia y la historia. Sus relatos futuristas ⎼que no dejan de imprimirse y relanzarse⎼ han seducido a generaciones de lectores que, aun hoy, lo leen con la boca abierta.
Su legión de admiradores pregona que el tipo leyó su primer relato de ciencia ficción a los nueve años y que lo consiguió en la tienda de dulces de su padre, un judío ruso emigrado a EU. Pero más son quienes recuerdan la imagen de aquel Asimov, ya sexagenario, de cabello canoso e hirsuto que vivió sus últimos años en el pequeño ⎼y atestado⎼ apartamento que tenía frente a Central Park en Nueva York.
A sus legionarios, incluso, les gusta recordar al escritor en su papel de autor arrogante que se vanagloriaba de haber escrito casi doscientos libros, y que, con esa sonrisa de científico loco, solía decir que había publicado unas dos millones de palabras de ciencia ficción y medio millón de no ficción.
Pocos hablan sin embargo del Asimov que poseía una imaginación desbordada (y muchas veces fuera de control), y que tentado por la profecía, se dedicó a lanzar toda suerte de vaticinios sobre el futuro.
El autor de Fundación predijo, por ejemplo, que se perderían algunos empleos debido al papel preponderante que en un futuro representarían las computadoras; pronosticó que la humanidad, en menos de 51 años (lo escribió en 1969, en Grandes ideas de la ciencia), tendría instalados en el espacio observatorios astronómicos. También proclamó que los robots se ocuparían de las tareas repetitivas y que, lejos de pulverizar las ofertas laborales, se crearían más empleos. Pero en ambos casos le fallaron los cálculos.
Y es que a diferencia de tipos como Orwell y Bradbury, que tuvieron una visión apocalíptica sobre la tecnología, Asimov siempre creyó que dicha actividad, además de influir beneficiosamente en el progreso social y económico de la humanidad, representaba un conjunto de saberes sumamente positivo.
Durante la década de los 80 del siglo pasado, el autor de Némesis realizó una ardorosa defensa de las soluciones innovadoras y eficientes que la tecnología le ofrecía al ser humano para resolver de forma sostenible las crecientes necesidades de la sociedad. El entusiasta Asimov creía que las computadoras, además de volverse indispensables (¡en 2019!), tarde o temprano, representarían un gran beneficio.
Ahora bien: Asimov, a diferencia de lo que muchos creen, no sólo fue un autor consagrado a la ciencia ficción. Si bien es cierto que nos legó una vasta obra en ese terreno, lo cierto es que sus intereses fueron más allá de la narrativa de corte espacial e incluso de la mera divulgación científica.
Si curioseamos entre sus libros, encontraremos extensas monografías sobre Grecia, Roma y Egipto; tratados sobre robótica; agudos análisis paleontológicos sobre la extinción de los dinosaurios e incluso, por ahí, una biografía bastante notable sobre George Washington.
De hecho, en su morrocotuda producción ⎼que viene aderezada con suficiente paja, hay que decirlo⎼ debemos poner en primerísimo lugar Yo, robot (1950), una serie de narraciones sobre androides y artefactos mecánicos que están unidos por un tema común: las archirreconocidas tres leyes de la robótica, que son una serie de pautas éticas impuestas a los robots por sus fabricantes para asegurar su fidelidad a la humanidad: 1) Un robot no puede dañar a un ser humano o no actuar en su defensa cuando corra peligro; 2) Un robot debe obedecer las órdenes dadas, excepto cuando dichas instrucciones entren en conflicto con la primera ley; 3) Un robot debe proteger su propia existencia en tanto dicha protección no entre en conflicto con la primera o la segunda ley. Las contrariedades causadas por las excepciones a estas normas componen la trama de las historias.
Pocas cosas sacaban de quicio a Asimov . Una de ellas era que lo llamaran marxista. Y cuando eso ocurría, negaba toda relación con el comunista de origen prusiano: “¡Yo nunca leí a Marx! ¡Nunca leí El capital! Es más: ¡Tampoco leí a Adam Smith! La verdad es que no me interesa la economía. Mi ficción puede interpretarse como uno quiera. Pero nadie puede llamarme marxista!”
Y para terminar de ponerse en las antípodas del comunismo, llegó a decir: “De hecho, mi trilogía Fundación es todo lo contrario porque el universo que yo describo es medieval, con nobles, reyes, dictaduras fascistas… Y la razón por la que escribí esa obra es porque estaba leyendo Decadencia y caída del Imperio romano. Pero mis cuentos no tienen por qué reflejar mi punto de vista, yo no tomo una postura en esos casos. No me interesa la política”.
Una postura curiosa, si se toma en cuenta que Asimov, como Marx, nació en el seno de una familia ortodoxa judía (aunque en Rusia). Sus padres se mudaron a Estados Unidos cuando él apenas tenía tres años. A pesar de hablar yiddish, en su adolescencia decidió adoptar el inglés como única lengua. No sólo se negó a llevar filacterias, también decidió alejarse por completo del judaísmo como práctica religiosa.
Hoy nos parecería increíble pensar que el genial hombre que, junto a Arthur C. Clarke y Robert A. Heinlein, es reconocido como uno de los representantes de la “edad de oro de la ciencia ficción”, fue buleado durante su infancia. Y es que su baja estatura y su precoz inteligencia no lo hicieron un niño portento, sino “un monstruo de olor especial”, del que todos querían alejarse.
Durante su vejez, el estado de salud de Isaac Asimov, que tuvo que llevar clavado en el pecho un by pass, fue sumamente precario. La aguda medicación a la que fue sometido terminó dejándolo postrado en su cama.
A cien años de su nacimiento, bien podría decirse que Asimov fue un tipo de intereses tan extensos que no pudo ceñirse a un solo género. ¿Y qué otro autor, de todo el siglo XX, podría jactarse de que su producción literaria ha estado marcada por la época del viaje a la Luna ⎼antes y durante la Guerra Fría⎼, la fantasía colectiva de “La guerra de los mundos” y los albores de la cibernética y la computación? Únicamente Isaac Asimov, el profeta del futurismo.