Hasta hace cuatro años, las marchas callejeras en México tenían como objetivo mostrar una injusticia. Así, un problema que no era resuelto por las instancias adecuadas obligaba a las víctimas a hacer público el conflicto en las calles, a ventilarlo como última alternativa de solución.
Se ha invertido causa y efecto de la protesta callejera en la mayoría de los casos. La primera instancia radica en dar a conocer el problema antes de saber si las autoridades tienen voluntad de solucionarlo. La protesta callejera, otrora reprimida, era una expresión de inconformidad social y política por naturaleza, que mostraba al sistema en su totalidad. Es decir, un problema específico retrataba la práctica administrativa. El conflicto coyuntural mostraba, de manera evidente, la estructura del Estado.
La necesidad de aparecer en los medios como prioridad, hace del problema, para el que se exige solución, un tema no sólo secundario sino lejano. Es más importante la difusión del conflicto que el conflicto mismo.
Las concentraciones, paros, cierres, plantones manifestaciones, llegan a tener sólo una decena de integrantes, que son capaces de cerrar avenidas importantes y ahorcar el tránsito de la ciudad. Se trata de una expresión tan respetada y respetable como la de 90 mil personas. El derecho a la inconformidad es parte esencial de la democracia.
Las manifestaciones sociales con problemas coyunturales, integradas por inconformes reales, con razones sólidas y causas justas, han quedado en el pasado. Ahora, parecen anacrónicas, como si estuvieran fuera de este mundo. En lugar de consignas aparecen, de manera evidente, provocaciones en busca de la represión perdida.
Quienes ahora provocan la represión nunca han sido reprimidos, de otra manera no lo harían. Para ellos las calles son un día de campo o paseo por alguna plaza comercial, aunque sus provocaciones pueden ser llevadas al extremo y, para ello, son abastecidos, por entes extraños, de herramientas destructivas impunemente.
La suma de los manifestantes creaba una presión masiva, convencida de su legalidad y exigencia de justica, con el claro objetivo de encontrar solución a sus problemas. Los contingentes en las calles terminan, como lo ha hecho siempre, por deteriorar cualquier gobierno.
En México se busca la represión a través de provocaciones que llegan al extremo de dañar el patrimonio histórico del país, sin valor para los manifestantes, sin cultura histórica ni apego nacionalista.
El origen y el destino de las marchas callejeras tienen objetivos muy diferentes según sus aparentes causas o sus auténticos reclamos; sin embargo, hay una parte de esa protesta que sólo tiene la intención de desgastar, no exigen nada a nadie, ni exhiben algo que sea injusto, no denuncian lo ilegal, simplemente sus patrocinadores muestran en las calles públicamente la impotencia que, en lo privado, los desestabiliza en lo individual, por no estar en el poder.