In memoriam, Jaime Zapata

Hoy se conmemora un aniversario luctuoso que para la mayoría de los mexicanos no representa nada, pero para una familia norteamericana, las instituciones de seguridad y procuración de justicia de nuestro vecino del norte y en mi calendario personal, significa mucho.

El 15 de febrero de 2011, en la carretera 57, cerca de Santa María del Río, San Luis Potosí, fue asesinado el agente especial del ICE (Servicio de Inmigración y Control de Aduanas por sus siglas en inglés) Jaime Zapata, a manos de sicarios del grupo criminal más sanguinario de aquel entonces. Zapata fue el segundo agente asesinado en la historia del ICE desde su creación en 2003, y el segundo agente norteamericano en México después de Enrique Camarena, en 1985.

Yo era coordinador estatal de la Policía Federal en San Luis Potosí que, como hoy, sufría los estragos de la presencia del crimen organizado. La víspera del ataque a Zapata y su compañero Víctor, había sido particularmente violenta. El 21 de enero di cuenta de las primeras bajas en servicio que me dolieron, por cercanas, en mi vida operativa. Entre ellas, la de mi jefe de escoltas, Juan Antonio Alcántar (a) “El Negro” o “El Cuervo”, en un enfrentamiento en la misma carretera 57 cuando un convoy de más de 20 camionetas escoltaba a un jefe de dicho cartel y había agredido a otro compañero que los encontró saliendo de una brecha. Murieron dos policías federales y nueve sicarios. Fue la primera vez que atestigüé que las Fuerzas Armadas y los cuerpos civiles pueden trabajar conjuntamente cuando existe confianza y división de roles.

Dos semanas después, el 4 de febrero, de nuevo en la carretera 57, esta vez a la altura del municipio de Soledad de Graciano Sánchez, otra agresión a la Policía Federal derivó en un enfrentamiento con saldo de un federal fallecido, Giovany, una víctima inocente atrapada en la línea de fuego y presumiblemente algunos integrantes del grupo criminal cuyos cuerpos fueron recogidos por ellos mismos al momento.

Aquel 15 de febrero recibí un aviso del área de inteligencia de la Policía Federal: personal de la Embajada de EU reportaba una agresión. Al llegar al punto tuve a la vista la Suburban azul, idéntica en color y modelo a la que yo tenía asignada. Eran visibles los impactos de arma de grueso calibre sobre su carrocería.

Hallamos con vida pero inconsciente a Jaime Zapata, quien permanecía al volante. Su compañero Víctor hizo las llamadas de auxilio y fue la clave para que lleguemos antes de que los sicarios comprometieran aun más su vida. Lo trasladamos en helicóptero al hospital pero nada se pudo hacer para recuperarlo.

Dicho episodio puso a prueba la relación entre autoridades de seguridad de los dos países. Se lograron detenciones y fueron extraditados a Estados Unidos algunos de los intervinientes. Años después comparecí como testigo en la Corte de Washington y al poco tiempo fui informado de la sentencia condenatoria contra los sicarios.

La muerte de Jaime Zapata fue una tragedia. Pero al mismo tiempo, el recordatorio de la relevancia de establecer vínculos sólidos de colaboración y entendimiento entre México y Estados Unidos en la tarea de combatir al crimen organizado, la peor amenaza global solamente por debajo del terrorismo y nuestro principal desafío vigente.

Vaya en estas líneas mi abrazo solidario a la familia de Jaime Zapata y al ICE, así como a su compañero Víctor, con quien años después pude refrendar el vínculo de unión propio de momentos como el que vivimos ese medio día en la sangrienta carretera 57.