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Alquimia de los lenguajes

Alquimia de los lenguajes

Suplemento viernes 21 de diciembre de 2018 -

LOLA ANCIRA


El universo contiene la esencia del ser humano: su composición química. En los veinte, el astrónomo Harlow Shapley describió esta idea en su artículo “La materia estelar que es el hombre”.


En los setenta, Doris Lessing, Nobel de literatura, la manifestó en su novela Instrucciones para un descenso al infierno. Carl Sagan la popularizó después: “Somos polvo de estrellas que piensa acerca de las estrellas”.


Lucrecio demostró la complementariedad de literatura y ciencia en el siglo I a. e. c. con su poema Dē rērum natūra. Francisco de Quevedo, Nervo y Juan Ramón Jiménez son otros grandes poetas que se sirvieron de la ciencia. Al igual que la ciencia trata de nombrar a la naturaleza y sus cualidades con afán de aprehenderla, la poesía acude a la ciencia y sus términos para configurar su estética.


Este año, la poeta mexicana Elisa Díaz Castelo publicó Principia (Fondo Editorial Tierra Adentro), libro con el que ganó el Premio Nacional Alonso Vidal 2016. El título viene de la Principia (1687) de Newton: Philosophiae Naturalis Principia Mathematica, una obra científica fundamental sobre los principios de la dinámica.


Los poemas de Díaz denominan el dolor, califican la pérdida, caracterizan el sufrimiento. Son odas al universo y al cuerpo, ese otro universo reducido y endeble; ambos igual de inasibles: organismos vivos que se pueden conocer e intentar regir hasta donde lo permitan. En verso libre o en prosa, persiguen la misma libertad de la enfermedad y la destrucción. Son un microcosmos reflejado en el macrocosmos: el cuerpo como un organismo repleto de astros denominados ameba, demodex, tricocéfalos…


“Escoliosis”, poema que abre el libro, describe la curvatura lateral de la columna vertebral y lo que implica esa parábola ósea; la torsión de lo que debe ser recto, la rebelión del ejercito propio, una traición del elemento contra sí mismo: “Es el cuerpo que me ha dicho que no”. La columna vertebral como un agujero negro hambriento, como las estrellas y galaxias caníbales que engullen a sus vecinas.


La lírica de Díaz resalta por su precisión y contundencia, por su habilidad para encontrar lo abrasador en lo gélido. Busca la poética escondida en el lenguaje científico, la armonía en lo aparentemente antagónico, lo imperceptible en lo desmesurado: es quizá en la contradicción donde reside la semejanza.


En “Radiografías”, describe a detalle el universo que llevamos dentro del caparazón de piel, lo que está oculto, cada parte fundamental del cosmos personal. Ofrece una nueva mirada de lo ya conocido o imaginado.


“Acta de defunción” es un poema visual de un documento que avala la muerte a través de cifras y fechas para evitar que los familiares (y el propio difunto) olviden los datos precisos de una tragedia concreta. En el espacio, la muerte parece estar congelada como en una fotografía, tener su propia acta. La silueta de los cuerpos, la luz está ahí (como ocurre en la memoria y en los sueños), aunque ha dejado de existir hace tiempo.


En “Disertación sobre el origen de la vista”, Díaz presenta el acto de mirar como otro tipo de tacto, de contacto íntimo: el otro violenta y vulnera o maravilla y apenas roza según la intensión de su mirada.


En “Escala de Richter” recurre a la medida logarítmica que cuantifica la energía liberada en los terremotos, se sirve de expresiones numéricas para asimilar la dimensión de la catástrofe que puede significar una ruptura amorosa: “Empieza en el centro de mi cuerpo el derrumbe. Soy la ciudad rasgada, que se quiebra”. Le permite hablar al cuerpo a través de construcciones sintácticas inigualables, traduce el dolor físico en reflexión.


La búsqueda de Díaz deviene en versos profundos y emotivos. En Principia, la conciencia de la finitud y la enfermedad son el origen. Esta indagación de lo íntimo en lo más remoto parecería una paradoja, pero Díaz traduce la música de las estrellas a nuestro idioma. Ésta es una asociación donde la religión, la ciencia y la poesía se complementan.


“Sobre la luz que no vemos y otras formas de desaparecer” remite a la ausencia. Los ecos de los otros en nuestras vidas y los rastros que dejamos en ellos, reminiscencias modificadas al gusto y talento del inventor; los ausentes como fantasmas grises y constantes, cicatrices que punzan con fuerza o se van desvaneciendo de a poco.


Un cariz religioso permea esta obra regida por planetas errantes y huesos, por un pasado de sombras y “el futuro, ese ciego rabioso que camina / a tientas”; oscuridad, recuerdos devenidos en espectros. Listados, letanías, credos, teorías. Una loa a los ancestros más primitivos: de los platelmintos a los primeros mamíferos.


Díaz es una alquimista que calca la lobreguez del cosmos en este nuevo lenguaje híbrido que hermana con habilidad la divinidad de la ciencia y la poesía, la búsqueda del Big Bang del cuerpo, sus inicios y ascendencias. Sus genealogías.



Al igual que la poesía, la ciencia parte de la incertidumbre y la imaginación. Cousteau define al científico como a un hombre curioso; para Popper, la ciencia es una búsqueda eterna; para Einstein, el misterio es el núcleo del arte y la ciencia; para Papini, “el soplo de la fantasía” es necesario en los científicos, y para Marie Curie, el encanto de la ciencia atrae como lo hace la fantasía con los niños. Todo ello converge en esta Principia.