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“Me siento como una escoria porque no supe cómo ayudarlo”: José Miguel Olarte

“Me siento como una escoria porque no supe cómo ayudarlo”: José Miguel Olarte

Entornos martes 03 de mayo de 2022 -

Por Elia Cruz Calleja

Cómo si su ángel de la guarda le hubiese hablado al oído para cuidarlo, José Miguel Olarte Santos recuerda que se cambió de asiento un poco antes del trágico accidente en el que se desplomó un tramo elevado y dos vagones de la Línea 12 del Sistema de Transporte Colectivo (STC) Metro de la Ciudad de México, durante el recorrido entre las estaciones Tezonco y Olivos, mientras se dirigía a Tláhuac.

La decisión le salvó la vida pero no evitó que sufriera lesiones severas en el cráneo y en la columna, que ahora le impiden proseguir con su vida previa al trágico desplome de dos vagones del tren.

Para abordar la llamada “Línea Dorada”, José Miguel debía recorrer a pie unos 10 minutos desde la empresa lechera Lala, para la cual trabajaba, frente al Reclusorio Preventivo Varonil Oriente, hasta la estación Periférico Oriente Aquella sería la última noche en que ingresaría a los andenes. Mirado en retrospectiva, rememora que estuvo “a nada” de abandonar el lugar ya que el tren había demorado más de 10 minutos en llegar, consciente de que si proseguía la demora, perdería el autobús afuera de la estación Tlaltenco que lo conduciría a su casa, en la colonia Ampliación Santa Catarina, a espaldas del Hospital Psiquiátrico Dr. Samuel Ramírez Moreno.

Sin embargo, el tren llegó antes de que decidiera salir, así que lo abordó para llegar más rápido a ver a su esposa y a sus dos hijos. Mientras los vagones avanzaban rumbo a la estación Tezonco, el vehículo “aceleró mucho, pero después dio un frenón” recuerda Olarte. A diferencia de los otros pasajeros él “no traía el celular en las manos”, así que se percató de cada uno de los detalles del trayecto incluyendo a todos los usuarios con los que compartía el penúltimo vagón.

“Yo iba sentado en los lugares cercanos a la unión de los dos vagones que cayeron, pero a lado de mí había dos señores albañiles con aliento alcohólico —era día de la Santa Cruz— que venían dormidos, cabeceando, situación que me incomodó”, por ese motivo, cuando una pareja sentada en medio del vagón se bajó en Tezonco, corrió a uno de esos lugares antes que otra pareja que recién abordaba se los ganara.

“Quizá eso me salvó la vida”, reflexiona ahora.

El tren primero se detuvo
Con lágrimas en los ojos, el hombre de 40 años —recién cumplidos el pasado 23 de abril— rememora la Hora Cero, es decir, el momento exacto en que la trabe de la línea 12 colapsó, así como los tres segundos previos antes de caer en el vacío, a las 22:22 horas, un momento trágico en su vida que le ocasionó un trauma craneoencefálico, una radiculopatía y lesiones discales que ahora le impiden permanecer sentado más de cinco minutos seguidos, además que lo obligan a usar bastón permanentemente y a medicarse para soportar el dolor.

“El tren se da un frenón, se apagaron las luces y tres segundos después nos fuimos para abajo”, así es como Olarte recuerda la caída, pese a reconocer que “por fuera” la versión generalizada es que el Metro colapsó mientras iba circulando.

Su experiencia como pasajero es muy diferente de los que observaron la colisión desde el exterior, , explica, y prosigue su relato: “Vi cómo volaba la gente porque yo no llevaba el celular en la mano, lo llevaba en la mochila, la que también se me fue volando. En el lugar en que me senté había un pasamanos y todavía alcancé a meter la mano cuando sentí que iba flotando, pero el tubo me pegó y no alcancé a agarrarlo, como si no tuviera nada de fuerza. Me botó la mano. Entonces, cuando me iba al vacío, pensé: ‘Diosito por qué ahora’. Fue entonces que un cuerpo me pegó, lo que ocasionó que me golpeara contra la pared del vagón y después me atoré con el pasamanos, lo que evitó que cayera en el fondo del vagón, pues los que cayeron al vacío son los que murieron”, revela.

Desde esa posición, atorado en un tubo y con la escasa luz de las lámparas de los teléfonos inteligentes de los sobrevivientes que se apresuraron a encenderlas para mirar la dimensión del colapso, pudo observar “una bola de cuerpos”, gente gritando, otras con las manos en la cara, mientras que otros permanecían colgados entre los pasamanos o los asientos. Al tomar conciencia nuevamente de la situación de emergencia, Olarte sintió calor en su rostro. Pocos segundos después descubrió que “un chorro de sangre” le salía de su pómulo derecho, pues se le había desprendido una parte, cómo sabría a la postre, ocasionándole un traumatismo craneoencefálico grave que requirió una operación con un cirujano plástico para que no le quedará una cicatriz “grande y fea”.

Una mano en la oscuridad
Con la premura por salir lo más rápido posible de ese lugar “de muerte”, en que acabó encima de un “montón de personas apiladas”, José Miguel describe el momento más difícil de su existencia hasta ahora, mismo que aún lo persigue: “Me agarran la mano y me dicen ‘ayúdame’. Un chavo estaba prensado entre los fierros retorcidos, pero mi primera reacción fue quitar mi mano. Esa es la espina que se me quedó aquí (señala su corazón), clavada, de no poderlo ayudar y que me causa rabia, impotencia, porque no pude hacer nada. Era un momento en el cual piensas: ‘sobrevives tú o ayudas a las personas’.

“Me siento como una escoria de la humanidad por mi reacción, porque yo no pude hacer nada, no lo pude ayudar, lo dejé ahí. Es algo que me va a quedar por el resto de mi vida: no lo pude ayudar porque no supe cómo hacerlo. En ese momento pensé ‘¿y si se viene todo el dorso y yo lo mato?’”, lamenta con la voz entrecortada.

Luego de escalar todo el vagón colapsado, logró llegar a una ventana en la que se encontraban ya unos “chavos civiles” tratando de ayudar a salir a los sobrevivientes. Fue gracias a la adrenalina que José Miguel se lanzó sin pensar sobre un tubo rojo para deslizarse más de 20 metros, hasta llegar a tierra, donde sería atendido por paramédicos en la banqueta de avenida Tláhuac, en las jardineras del restaurante McDonalds frente al lugar del accidente, donde le infiltraron varios paquetes de suero que “una muchacha” le sostenía. Las horas transcurrían sin que fuera trasladado a algún hospital, pese a que no dejaba de sangrar del pómulo. Finalmente fue pasada la una de la mañana del cuatro de mayo cuando ingresó al Hospital General de Tláhuac donde curaron la herida para posteriormente trasladarlo al Hospital General Xoco y recibir atención de un traumatólogo. Ahí descubrió que además tenía heridas internas pues comenzó a vomitar sangre.

Finalmente, a las 10:00 de la mañana del martes —en la mañana siguiente del accidente—, José Miguel fue intervenido del rostro por un cirujano plástico que, como le prometió, evitó que le quedará una gran cicatriz pero no evitó la secuela de un fuerte dolor de cabeza que sufre casi a diario, lo que le ocasiona ponerse de “mal humor” y tener peleas con su esposa. Luego de la cirugía, un ortopedista con las placas de rayos X de su columna vertebral en mano, le dio un diagnóstico que no quería escuchar: “estás bien amolado, pero yo te operó. Solamente que tienes de dos: ‘o te recuperas o quedar inválido’”. Olarte tenía serías lesiones en los discos y una radiculopatía que le impedía mover los pies. Al no tener certeza de recuperarse, se decidió por la otra opción: iniciar una larga rehabilitación. Aunque la terapia le ayudó en un principio, luego de un año ya no es tan efectiva. Ya que la doctora le comenta “que no hay avances”, debe reconsiderar la posibilidad de la riesgosa cirugía que le parece una “rueda de la fortuna”.

Regresará para no vivir con miedo
A la par de las terapias físicas y las constantes citas médicas —que recibe por parte del Instituto Mexicano del Seguro Social, del que es derechohabiente por su trabajo más no como ayuda del gobierno por el colapso del transporte público—, José Miguel solía recibir también consultas psicológicas para tratar el trauma de la caída pero más tarde fue enviado al servicio de psiquiatría para lograr una recuperación más rápida pues el psicólogo afirma que le llevará años sanarse mentalmente.

No obstante, ni el dolor, las lesiones o las dificultades de movilidad que sufre como consecuencia del colapso e incluso el cambio de hábitos de su familia, han logrado que el habitante de Santa Catarina, desista de subirse al Metro. Al contrario, asegura que una vez que reparen y reabran la Línea 12 la abordarán otra vez, sí por necesidad pero también porque será un reto para enfrentar dichos traumas. “O me gana o le gano. Cuando lo inauguren, ahí voy otra vez. O soy yo o eres tú. No voy a vivir mi vida con miedo por ti”, advierte casi como si se dirigiera al propio tren.

Respecto a la imputación legal de los múltiples responsables de la tragedia, José Miguel está convencido de que nunca se conocerá la verdadera razón por la cual una de las ballenas de concreto se venció y cayó, dejando como saldo la muerte de 26 personas además de cientos de lesionados, y mucho menos habrá justicia ni reparación del daño, explica, porque las autoridades le están apostando al olvido y se están dedicando a la “política nada más”, si bien “deberían dar la cara aunque sea por dignidad y respeto hacia las víctimas”, concluye.


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JA/CR

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