8 de enero no debe olvidarse

La tesis de que capturar grandes objetivos del crimen organizado genera fracturas e incrementa la violencia es parcialmente cierta. Empero, estas detenciones son necesarias y representan la posibilidad de retomar la rectoría del Estado en los lugares considerados zona de confort del crimen organizado.

El 8 de enero de 2016, se logró la recaptura de uno de los narcotraficantes más buscados del mundo: Joaquín Guzmán Loera.

La desazón que generó su segunda fuga generó grandes dudas sobre la eficacia del sistema penitenciario y de los cuerpos de seguridad del país.

Merecidamente, el Estado mexicano fue cuestionado por el insólito episodio. Recorrer el túnel por el que escapó dicho delincuente era, metro a metro, una radiografía de vulnerabilidad y frustración.

Se llegó a pensar que esta fuga era la definitiva; que la justicia nunca alcanzaría al escurridizo personaje; sin embargo, estaba por escribirse un capítulo imborrable en el combate al crimen en México. Al sentimiento de derrota tras la evasión, los mismos mexicanos ejemplares que habían logrado su captura en un operativo impecable en Mazatlán, integrado por elementos de la Marina Armada de México, retomaron el rastro.

Estos marinos encabezaron un nuevo operativo Los Mochis, Sinaloa, del cual logró escapar como acostumbraba: a través de la red de alcantarillado, clave en su movilidad habitual; sin embargo, muy al contrario de generarse un nuevo episodio desalentador, esta fuga finalizó con una de las mejores lecciones del deber ser en la persecución del delito.

Los minutos y horas que siguieron al operativo, deberían ser recordados de manera permanente, porque representan la mixtura para materializar el discurso que llama a trabajar juntos, sociedad y gobierno, por las mejores causas de la seguridad.

Lo que debiera ser rutinario, se convirtió en extraordinario.

El episodio ha sido ampliamente difundido a lo largo de los años, mas no por ello debe dejar de recordarse. Es tarea obligada en la mejora de condiciones de seguridad y las relaciones entre ciudadanía y gobierno.

El delincuente y su acompañante robaron un vehículo para huir. La víctima del robo no dudó en llamar al número de emergencias. Del otro lado de la línea, un operador responsable cumplió con eficacia su trabajo, hizo del conocimiento de las instancias de seguridad el reporte, sin saber quiénes eran los delincuentes y, claro está, sin imaginar que su actuar sería factor para la recaptura de Guzmán Loera.

El oportuno reporte de la víctima y posterior alerta del operador, permitió que policías federales que cumplían su jornada cotidiana tomaran conocimiento, hicieron contacto visual con el automóvil y, sin dudarlo, iniciaron su procedimiento para detener a los criminales. Al percatarse de quiénes eran, no se intimidaron, expusieron su vida y enaltecieron el compromiso de “proteger y servir”.

El resto es historia.

El trabajo coordinado entre fuerzas armadas, policía civil y ciudadanía lleva a grandes resultados, cuando se respetan roles y ámbitos de responsabilidad.

Esa fórmula hizo posible que Joaquín Guzmán Loera sea sentenciado de por vida y permanezca en una prisión de la cual difícilmente saldrá.

Sirvan estas líneas para reconocer, nuevamente, a las fuerzas armadas, la extinta Policía Federal, ciudadanía y autoridades locales de seguridad, que hicieron posible lo que parecía imposible.

Que el episodio sirva a los tomadores de decisiones políticas, para permitir a la seguridad cumplir su rol, al margen de colores y coyunturas.

El 8 de enero no se debe olvidar. Es la muestra de que, en materia de combate a la delincuencia, nada es imposible.