Un reciente estudio publicado en Estados Unidos el mes pasado, dio a conocer que solo el 26 por ciento de los católicos menores de cuarenta años, creen en la presencia real de Jesucristo en la eucaristía; este es un dato escandaloso si tomamos en cuenta lo que dice el Vaticano II: la Eucaristía es el centro y culmen de la vida cristiana.
¿Cómo puede ser el centro y el culmen
de la fe un sacramento que, al igual que los protestantes, es solo un símbolo del cuerpo y la sangre de Cristo, pero en el que no está ahí la presencia real del Señor?
De ese escepticismo podemos sacar
varias conclusiones más: todos pueden acercarse a comulgar sin importar que se esté en pecado grave o mortal, que sean divorciados, vueltos a casar y viviendo en adulterio; es más no importa que quienes comulguen no sean católicos.
¿A quién puede ofender hacerse solidario participando de un simple ritual?
Y todavía más ¿por qué hay que arrodillarse a la hora de la consagración? Bien
se puede estar de pie o sentado, da lo mismo, si a lo que se asiste no es a un acto sagrado y sublime, sino a una simple representación.
En México no se ha hecho un estudio serio como el arriba mencionado,
ojalá no nos encontremos en tan lamentable situación, pero hay signos exteriores preocupantes que nos hacen percatarnos cuan profundamente ha calado en nuestras comunidades la nefasta desacralización, por ejemplo: la manera inadecuada de vestirse e irrespetuosa de sentarse de los fieles que asisten a misa; entrar al templo sin hincarse ante el sagrario, llevar y consumir alimentos durante la celebración, contestar el celular durante la misma, permanecer de pie o todavía peor, sentados durante el momento solemne de la consagración, denota la misma soberbia de Satanás: “Non serviam” “No te serviré”.
La manera desparpajada en que se
forman los fieles para recibir la comunión como si se fuera a recibir una galleta; y no hablemos de la música sacra que en muchas partes ha desaparecido y ha sido suplida por horrendas canciones llenas de sensibilería, sin verdadero contenido litúrgico.
No hablemos de los templos modernos que parecen más auditorios o bodegas, sin dar un ambiente de la belleza y
sacralidad propia del culto divino; de los sacerdotes, que usan ornamentos indignos, de la forma inadecuada de celebrar, sin respetar las normas y dando rienda suelta a una creatividad que, a veces, llega a ser hasta blasfema, a la misma falta de piedad del celebrante que da la impresión, no cree en lo que celebra. En fin, de una verdadera destrucción del sentido de lo sagrado y trascendente.
Los católicos debemos poner un
verdadero empeño por recuperar la grandiosidad de la eucaristía, y hacerla realmente el centro y culmen de nuestra vida, haciendo realidad las palabras de Jesús: “El que me coma vivirá por mí”, pues no es un símbolo sino realmente el cuerpo y la sangre del Señor.
•Sacerdote y exvocero de la
Arquidiócesis de México.