Columnas
Cada tres años, los partidos políticos desempolvan la armadura y desenvainan las espadas, listos para la batalla.
Por una parte, las autoridades electorales intentan ser buenos árbitros y, por la otra, los actores políticos hacen gala de todo su arsenal y estrategias para derrotar al adversario y, a veces, para despistar y confundir al nazareno.
En los cuartos de guerra se reúnen las y los estrategas junto con las candidaturas y sus equipos legales. Algunos le invierten y contratan buenos despachos de consultoría para el marketing digital, otros, con menos recursos, se conforman con el “sobrinity manager”; asimismo, algunos partidos cuentan con abogadas y abogados electoralistas de buen nivel, mientras que otros, echan mano del pariente civilista, pues: “es lo mismo, pero más barato”.
Algunas y algunos otros fastidian a la amistad que le sabe al derecho electoral con consultas que en estricto sentido deberían pagar y hábilmente le juegan el dedo en el paladar con la promesa de que: “nomás que llegue y te doy una placita”, la cual nunca llegará; olvidando la máxima de que: “al amigo, no se le cansa”.
El día de la jornada electoral, los mapaches saldrán de sus madrigueras para hacer de las suyas sin importar el color de su piel, en nuestro México lindo y querido, Tirios y Troyanos tienen las mismas mañas y para hacer alquimia: “se la saben de todas, todas, y para eso se pintan solos”.
Mas tarde alguien ganará y alguien perderá, y vendrán las impugnaciones. Los más hábiles les cobrarán los favores políticos a las magistraturas: “para que no se les olvide quien les puso ahí”; los demás solicitarán sus alegatos de oreja, intentando convencer a sus señorías que: “de verdad dijeron lo que no dice la demanda”.
Pero el verdadero combate se da en casa; en ese sentido, en principio, los tribunales electorales se inundan de medios de impugnación, interpuestos por las y los aspirantes no beneficiados por sus respetivos institutos políticos. Muchos se disciplinan y otros abandonan el barco para sumarse al navío contrario, pues: “no se vale que me hayan jugado chueco, yo que tanto he dado por el partido”.
Muchas demandas son regresadas a la justicia interna, pues los órganos jurisdiccionales alegan que no se agotaron las instancias previas: “porque todo tribunal que se respete debe hacer valer el principio de definitividad”, ¡faltaba más! Pero también es cierto que admiten en per saltum algunas otras. ¿Por qué? Porque “para los amigos justicia y gracia; para los enemigos, la ley a secas”.
Hablando de amistades, en todos los procesos se dan casos de venta de candidaturas o por lo menos sospechas. Alguna vez le pregunté a un amigo que por qué quería ser presidente municipal si el sueldo de los tres años era mucho menor a lo que gastaría durante la campaña y jocosamente me contestó: “carnal, el sueldo es para las propinas, por lo tanto, vale la pena la inversión”. ¡Vaya respuesta!
También, como ocurre en cada elección, dentro de la familia electoral surgen nuevas parejas sentimentales que, al cabo de los meses, darán la bienvenida a las “bendiciones del proceso”, en mis mocedades les llamaban “los electoritos”, quienes llegarán con la torta bajo el brazo, algunos por la victoria electoral, otros por la llegada del “bonifacio”, eso sí, cada vez menos jugoso.
Pero con independencia de todo lo anterior, lo cierto es que cada proceso electoral se convierte en una gran fiesta en la que se reúne toda la familia electoral, ya sea la que trabaja como autoridad o la que participa activamente en los partidos políticos, las y los litigantes, y hasta las ovejas negras que tomaron el camino de las fiscalías especializadas para la atención de delitos electorales.
Algunas y algunos agarrarán la borrachera y “la conectarán” en buenos puestos durante tres años o más; otras y otros despertarán con una gran resaca y con una abultada deuda económica, difícil de pagar en corto plazo, pero en algo todas y todos van a coincidir, para bien o para mal, de algún modo: “la culpa siempre será del árbitro”, y “por haberse portado mala onda, otra vez impulsaremos una reforma electoral definitiva para cambiarlo”, y así, por los siglos de los siglos.
La historia se repite cada tres años, pero algo bueno tiene y ello es que aun con sus fallas, el sistema electoral mexicano funciona y funciona bien, y la transición pacífica del poder es una realidad, y ello, no debe cambiar por el bien de todas y todos.
Plancha de quite: “La democracia es el destino de la humanidad; la libertad su brazo indestructible”, Benito Juárez.