Entornos
POR ALEJANDRO ROSAS
Les llamaban los “conquistadores de la Luna” y dos meses y 9 días después de haber pisado la superficie lunar llegaron a la capital del país para conquistar los corazones de los habitantes de la Ciudad de México.
El 29 de septiembre de 1969, los tres astronautas de la misión Apollo 11, Neil Armstrong, Edwin “Buzz” Aldrin y Michael Collins, luego de cumplir con su cuarentena, comenzaron una extenuante gira llamada de Buena Voluntad, en la cual recorrieron 24 países y 27 ciudades en 45 días.
Varios acontecimientos acapararon la atención de los mexicanos desde el momento en que los primeros astronautas llegaron a la Luna, regresaron a la Tierra y visitaron México. Después del gran salto para la humanidad todo volvió a la normalidad. La Luna siguió en el mismo sitio de siempre y 10 hombres más caminaron sobre ella después de los dos tripulantes del Apolo 11 y hasta el Apolo 17, última misión que llegó a la Luna en 1972.
En los meses posteriores a la hazaña lunar, no pocas noticias acapararon la atención de la gente; el 26 de julio fue secuestrado un avión de Mexicana y aterrizó en Cuba; no hubo víctimas, la aeronave con sus 32 pasajeros volvió a México cinco horas después y para disgusto del gobierno mexicano, Fidel le dio asilo político a dos de los secuestradores; el 27 de julio, los aficionados al automovilismo lamentaron la muerte del piloto mexicano de F1, Moisés Solana que se fue a matar en una carrera sin mayor importancia en Valle de Bravo.
También por esos días, una nota internacional anunció, no sin cierto desconsuelo, que no había selenitas: el polvo lunar que recogieron los astronautas no mostraba ningún rastro de vida. Unos días antes de la llegada de los “conquistadores de la luna”, el país vivió días sombríos. El 21 de septiembre un avión de Mexicana se accidentó al aterrizar en Balbuena, 21 personas fallecieron. Un día después, se dio la noticia del fallecimiento del expresidente, Adolfo López Mateos, llevaba 2 años y 3 meses en coma.
Pero aquel lunes 29 de septiembre, los habitantes de la Ciudad de México olvidaron sus preocupaciones y se entregaron por completo a la presencia de los tripulantes del Apolo 11 en tierras mexicanas. Para quienes no pudieran saludar a los astronautas en su recorrido por las principales avenidas de México, el canal 8 anunció que transmitiría tres momentos de la visita: A las 11:15 los astronautas serían recibidos en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México; a las 14:00 horas, el presidente, Gustavo Díaz Ordaz, los esperaba emocionado en la residencia oficial de Los Pinos para brindarles un banquete y por la tarde, a las 17:15 horas, el Camino Real se vestiría de gala para recibir a Armstrong, Aldrin y Collins quienes responderían todo tipo de preguntas en una conferencia de prensa.
Desde la bienvenida en el aeropuerto los astronautas quedaron impresionados: mujeres vestidas con los colores de la bandera mexicana les entregaron flores, la gente se acercó para pedirles autógrafos, algunas mujeres les arrebataron un beso sin importar que estuvieran presentes sus esposas, todo era algarabía.
Terminada la recepción, abordaron un Lincoln negro que avanzaba con dificultad porque la gente tomó las calles para verlos pasar. Entre papeles tricolores que caían desde lo alto de los edificios y los “Viva México y “Viva el Apolo”, la gente los acompañó hasta la plaza mayor; al ingresar a la avenida 20 de noviembre el automóvil fue descapotado, las personas ignoraron las vallas y se acercaron lo más posible, entonces sucedió lo de siempre: de pronto aparecieron sombreros charros para cada uno de los astronautas que, sin duda, le hubieran dado un toque más alegre a la Luna que sus cascos.
En medio de la multitud, los invitados pudieron llegar hasta el edificio del Departamento del Distrito Federal, en donde los esperaba el regente, Alfonso Corona del Rosal quien les entregó las llaves de la ciudad y además el regalo que seguramente habían esperado toda su vida: la obra La Ciudad de México, 1325-1960 de Ubaldo Vargas Martínez.
Y en momentos en que imperaba el nacionalismo más rancio, don Alfonso se echó otra perlita en el discurso que pronunció. Consideró que valía la pena hispanizar los nombres extranjeros como el de H.G. Wells (Herbert George), así que los astronautas lo escucharon citar a “Heriberto Jorge Wells”.
La recepción en Los Pinos también estuvo animada, y el presidente con ese talante simpaticón y afable de siempre les preguntó: “¿Qué es más duro: esto o estar en la cápsula?”. Además, no faltaron las mariachis para alegrar el almuerzo.
La gente acompañó a los astronautas en todo momento y terminada la intensa visita se fueron felices y contentos, pero no más que los editores de El Universal que escribieron con harta emoción los encabezados de su edición del día siguiente.
“Impresionante recibimiento”, “Millares de capitalinos de todos los sectores aclamaron a los astronautas”, “Huéspedes de honor por su imponderable proeza”. “Los astronautas sencillos, se entregaron al público”. Pero sin duda, un encabezado resumía a la perfección ese día en que los astronautas habían conquistado los corazones de los mexicanos: “Lo que fue desolación en la Luna aquí se convirtió en calor y afecto”