Estamos normalizando la trágica situación de violencia que atraviesa el país cuando compartimos imágenes de violencia. Afortunadamente, para nuestra anatomía cerebral, esto no es normal y no nos podemos acostumbrar a la bestialidad de imágenes que circulan todos los días en medios de comunicación y usuarios del mundo digital. Si la empatía a víctimas no nos detiene, que nos detenga el cuidado de nuestra salud mental, podemos desencadenar el “trauma vicario”.
Luego de la desaparición de los cinco jóvenes en Lagos de Moreno en Jalisco, todo el país debió de estar de luto por la dolorosa realidad de más de 100 personas desaparecidas, jóvenes y adolescentes cooptados por el crimen organizado y las muertes sangrientas que ha dejado la llamada “guerra contra el narcotráfico”, pero no, eso no pasó, permanecimos inmóviles, más impactados por el brutal video del asesinato de los jóvenes. Muchas personas y medios de comunicación (sin ética) lo miraron, lo compartieron y lo comentaron, sin mostrar un poco de empatía con las familias de las víctimas, sin hacer un alto reflexivo del México ensangrentado y sin pensar en la salud mental de quienes recibían el atroz contenido.
Durante la última década, especialistas en salud mental han estudiado el “trauma vicario”, que según personas expertas, ocurre cuando nos exponemos a situaciones o experiencias angustiosas, ocasionando que nuestro cerebro experimente síntomas de angustia similares a los que presenta otra persona en situación de peligro, contagiándonos de las emociones de la víctima.
Exponerse -incluso de manera virtual- a situaciones o experiencias angustiantes, provoca que nuestro cerebro esté preparado para protegernos de lo que percibimos como amenazante, y el hecho de ver cómo otras personas sufren -aunque sea en un video-, hace que nuestro cerebro se
prepare también para una situación similar.
Un estudio citado por “The New York Times” apunta que las personas expuestas a seis o más horas diarias de noticias con temas violentos desarrollaron altos niveles estrés agudo que quienes estuvieron expuestos de manera directa reportando síntomas de trastorno de estrés postraumático.
Aunque los episodios de violencia se han registrado en todos los tiempos, la aparición de teléfonos inteligentes conectados a internet, así como las redes sociales han facilitado la distribución de imágenes sensibles, pese a las reglas comunitarias cada vez más estrictas, el reto sigue estando en nuestro espacio individual digital, en lo cotidiano, en nuestros propios teléfonos celulares y nuestros servicios de mensajería privada.
Pongamos un alto cuando tengamos impulsos por compartir contenidos como la desgracia de los jóvenes de Lagos de Moreno, incluso cuando lo hagamos con la “buena intención” de alertar a nuestro circulo social sobre los inminentes peligros que nos asechan. Elijamos mejor alertar o brindar información cuando se conoce un nuevo caso de una persona joven desaparecida, unámonos a las búsquedas, compartamos esa causa. Cambiemos el morbo e incluso el miedo que estas situaciones nos provocan y compartamos la indignación ante la incapacidad de nuestras autoridades a garantizarnos uno de nuestros derechos más básicos que tenemos todas las personas, a vivir una vida libre de violencia.