Columnas
Es común que no se empatice con el dolor ajeno, porque mientras “a mí no me afecte, que el mundo ruede”. Sin embargo, cuando tenemos un problema, buscamos a cuanto conocido o desconocido pueda ayudarnos: pedir un favor, pedir prestado, para después no agradecer ni menos pagar. Nuestro tejido social es tribal y atómico.
El descubrimiento por colectivos de madres buscadoras de los centenares de zapatos y restos humanos ubicados en un rancho en Teuchitlán, Jalisco; nos recordó que en Méxicono se sabe dónde están más de ciento veinticuatro mil personas. Para dimensionar esta tragedia que vivimos, tan solo hay que considerar que si, en promedio, los brazos extendidos de cada persona desaparecida miden 1.5 m, haríamos una cadena humana de al menos 186 kilómetros, distancia entre el Zócalo de la Ciudad de México a Tequisquiapan, Querétaro.
Hay que tener el corazón muy duro para desdeñar y menospreciar el trabajo de las madres buscadoras, porque ellas no realizan esa actividad por gusto sino por el abandono casi total del Estado mexicano, particularmente de la última administración federal, que las ha orillado a escudriñar en cuanto rincón les dicen ex víctimas o victimarios donde pueden encontrar los restos de sus seres queridos. Hoy en día, las leyes generales contra la desaparición de personas parecen letra muerta, las instituciones procuran eludir sus responsabilidades y los que antes feroces reclamaban a las personas desaparecidas para buscar raja política, ahora acomodados en posiciones de poder, manipulan las cifras sin pudor y desacreditan o intentan censurar cualquier informe independiente.
Es entendible que un tema tan doloroso sea evitado por la mayoría de la población, porque ser bombardeados un día sí y otro también con información de la violencia cotidiana en los medios de comunicación, genera una amnesia o elusión selectiva de un dolor que desangra a miles de familias en México.
Nos hemos conformado con encomendarnos al santo o santa de nuestra devoción para que nuestros seres queridos lleguen con bien a sus destinos; sin embargo, somos muy pasivos con los gobernantes que eluden sus responsabilidades o las eluden sin mayor reparo, ya sea “porque organizan buenas fiestas” o “nos dan nuestro dinero que antes no nos daban”.
El clientelismo político ha pervertido la idea de los asuntos públicos en México: nuestro voto, que es un grano de arroz entre cien millones de electores, se vende sin pudor por unmil o dos mil pesos cada elección; sin preocuparse si ese dinero vino de recursos públicos o de actividades del crimen organizado. Pareciera que el criterio más conveniente es: “a mí,que me den”.
Ante tanto dolor, ¿qué podemos hacer? Empecemos por ser solidarios: las madres buscadoras no coleccionan “huesitos”, añoran paz para su dolor. Lo mínimo es mostrar empatía y solidaridad, ya que si nuestra persona más querida desapareciera, quisiéramos que también nos ayudaran a buscarla.