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¿Ciudadanos o pueblo?

¿Ciudadanos o pueblo?

Columnas viernes 17 de mayo de 2024 -

Las sociedades contemporáneas, en medio de su desmemoria, tienden a confundir términos de los que no pocos se aprovechan. Uno de esos claros malentendidos los podemos constatar en las nociones de “democracia” y “república”. No significan lo mismo. La primera implica la participación del pueblo en hechos tan importantes como los comicios, que es, quizá, el momento más importante de su participación y que en sí, va a distinguir a la democracia moderna, de la antigua -como estudiará B. Constant-, pues la elección de sus representantes marcará el devenir del sistema al que K. Marx referirá su crítica, cuando asume que el único momento donde los ingleses son libres -en clara referencia a la democracia liberal-, será cuando el pueblo marcha a votar, y el resto del año, queda excluido de un proceso delegado a sus representantes, pues se regresa a sus asuntos privados, de los que le cuesta mucho salir.

Efectivamente, la sociedad moderna, constituida de individuos, esto es, sujetos autoconscientes que normalmente anteponen su “yo absoluto”, frente a los asuntos comunes, se incomodan ante todo lo que reclame su valioso tiempo, incluyendo la libertad, a la que con total desparpajo pueden arrumbar en el baúl de la molestia y darle la llave al tiranuelo de su preferencia para que este se haga cargo. Es en este punto de inflexión donde la democracia liberal moderna entra en contradicción con la república.

La república, más que forma de gobierno, es una tradición que nos remonta a las eras doradas de Grecia y Roma, siendo en esta última donde Cicerón, en su Tratado Sobre la República, definirá a la república como “la cosa del pueblo”, siendo “la cosa”, la legalidad que define precisamente al sujeto de ésta con el conjunto de leyes y obligaciones que así lo configuran: ciudadanos. La república no se entiende sin ciudadanos, y los ciudadanos no existen sin su legalidad. El ciudadano no puede ser un agente pasivo que se conforme con la administración de su libertad en mano de los tipos que dicen representarlo. Los ciudadanos no solamente saben que tienen ley, sino que esta debe de defenderse por encima de las preocupaciones particulares que son tan caras a nuestros contemporáneos. La ciudadanía exige y cuando las instituciones son amenazadas, ocurre la mayor de sus alarmas. La demagogia es peligrosa, y su destrucción, la gesta heroica de toda la república.

La demagogia hace de las instituciones, el recurso para el incremento del poder del tirano a nombre del “pueblo”, movilizando a sus partidarios en nombre de grandilocuentes causas que ficción o realidad, se refieren a los odios ocultos de las sociedades. El tirano tiembla cuando son ciudadanos los que le plantan cara y le dicen: ¡lárgate ya a tu maldita madriguera!


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