¿Alguien sabe cómo se dice “cuatroté” en francés? El dato es importante, dado que es el idioma que se habla en una pequeña ciudad y comuna en Suiza, en el cantón de los Grisones para mayores referencias, que se llama Davos.
Lugar tranquilo y con clima subártico, tradicionalmente Davos era conocido por ser donde se desarrolla “La Montaña Mágica” de Thomas Mann y, ya en un plan más enciclopédico, por haber albergado el encuentro, por ahí de 1928 y 1929, entre Martin Heidegger y Ernst Cassirer para debatir la relevancia de la filosofía kantiana en el Siglo XX.
Si bien reflexionar sobre la vigencia de la “Critica a la razón pura” de Immanuel Kant en pleno Siglo XXI puede ser un ejercicio apasionante, difícilmente sería la razón por la que líderes mundiales, organismos internacionales, los capitanes de industria más importantes del mundo, galardonados con el Premio Nobel, prensa internacional o los grupos de protesta denominados “globalifóbicos”, hagan al viaje a Suiza.
La tranquilidad de Davos y su ingreso, por todo lo alto, al “quién es quién” en cuanto a capacidad de convocar figuras de talla mundial, se dio en 1991 con la realización de la Asamblea Anual del Foro Económico Mundial (WEF, por su sigla en inglés). A partir de ese año, Davos se convierte en el epicentro de la agenda económica, política, medioambiental y de prospectiva a escala mundial. Quienes han tenido la oportunidad de asistir, generalmente regresan asombrados por la cantidad y calidad de lideres mundiales platicando, coordinándose, negociando o echando grilla con otros lideres mundiales igual de importantes.
Dado lo anterior, ser uno de los 3 mil asistentes al WEF significa estar en un lugar privilegiado no sólo para conocer las nuevas tendencias o entender de las voces más reconocidas los problemas que enfrente el mundo; estar en Davos significa la posibilidad de influir, de manera directa, en las decisiones que le dan forma al mundo.
Desde luego hay quienes van con una actitud más altruista y otros que, mientras dedican parte de su tiempo a aportar en la atención de los grandes temas globales, también aprovechan la masa crítica de tomadores de decisiones a escala global concentrada en Suiza para buscar oportunidades ya sea para sus negocios o, de manera muy relevante en el caso de los Jefes de Estado o de Gobierno, para sus países.
Pese a la manifiesta incapacidad de la economía mexicana para crecer y la urgente necesidad que tiene el país de recuperar la confianza de mercados e inversionistas, y lograr que vean nuevamente a México como un destino confiable para su proyectos, de manera de verdad muy difícil de entender por segundo año consecutivo el presidente Andrés Manuel López Obrador tomó la decisión de no ir y mandar en su lugar al canciller Marcelo Ebrard el año pasado y a la siempre fantasmagórica titular de la Secretaría de Economía, la Dra. Graciela Márquez en este, en su representación. ¡Ni con el pretexto de presumirle su libro de “economía” a los fifís del mundo, quiso ir!
Más allá de lo anecdótico o de la mayor o menor capacidad que puedan tener Ebrard o Márquez, ninguno de los dos es Jefe del Estado en México y, en un entorno como el de Davos eso se sabe y se nota.
Por lo pronto, en la encuesta que año con año realiza PriceWaterhouseCoopers (PwC), entre los CEOs que acuden a Davos para definir los 10 destinos de inversión más atractivos del mundo, México ya no aparece en el Top 10. Quien sí aparece en el listado es nuestro principal competidor para atraer inversiones en la región: Brasil.
¡Ah! Y por cierto, el Fondo Monetario Internacional acaba de recortar su perspectiva de crecimiento para México este 2020 de 1.3% a 1%. Así se ve México.