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¿Por qué están derrumbándose las instituciones?

¿Por qué están derrumbándose las instituciones?

Columnas jueves 14 de enero de 2021 -

Imponer un lenguaje, en materia social, termina por imponer una forma de entender el mundo. Por ejemplo, en el lenguaje de control social, cuando la policía capitalina dejó de acorralar manifestantes y los empezó a “encapsular”, como se encapsula a un tumor, los televidentes vieron esa acuarela de modo mucho más amable.

El sociólogo Fernando Escalante ha hablado de una nueva época en el arreglo político mexicano, en la que los valores que se necesitan para crear y mantener instituciones están sufriendo un embate de la clase política, que los etiqueta peyorativamente como valores de la transición (con esas palabras o con otras, lo importante es que ya no son adecuados para este momento histórico, providencial). No es muy difícil saber qué sigue, porque en eso la historia también es pendular: la técnica da paso a la confianza, la antigüedad a la militancia, los datos a la retórica, los comicios a las consultas y la transparencia a la buena o mala conciencia de quien tome las decisiones, ya será la nación quien se lo demande (o no), en los libros de historia.

Siempre por debajo de la agudeza del maestro, me permito sugerir que hay cierta amargura en occidente por las promesas incumplidas del institucionalismo.
Por una parte, sus logros son innegables, pero se olvidó que estaba tratando con votantes y personas, no con evaluadores ni indicadores en excel solamente. Pero resulta que ninguna autoridad es invulnerable a la falta de legitimidad, aunque esta sea injusta (con la excepción de los bancos centrales, que con esos no hay quien se meta, y qué bueno).

Así, una arrogancia pseudocientífica se fue apoderando del discurso político y, además, que no es lo mismo, del lenguaje gubernativo. Era “evidente” que una gráfica subía o bajaba, que un índice aumentaba o disminuía y por ello los profesionales de la política pública veían con desprecio la dimensión emotiva de la política, que es siempre determinante, porque en ella se cifran las esperanzas y prejuicios de los seres humanos, no solo su realidad tangible.

Los titulares de esas instituciones se sustrajeron de cualquier lógica que implicara aumentar su legitimidad, más allá de cumplir con la normatividad con la que fueron nombrados y recalcar, cuando se podía, que ellos no estaban para hacer esa cosa sucia e iletrada que es la política.

Por otro lado, y para acabarla de amolar, resulta que en esos ámbitos de profesionalización también abundaban los políticos que; sin embargo, pretendían estar haciendo ciencia o arte, o lo que fuera mientras usaban su cargo, sus atribuciones y su puesto para acrecentar su grado de influencia en la toma de decisiones públicas e impulsar su carrera personal (es decir, mientras hacían política, de la más vieja, de la más vecinal). Juntando esos elementos, te resulta un parlamento de europeos sin ningún griego, sesionando en Bruselas, y decidiendo los destinos de Grecia.

No quiero que se entienda esto como una pedrada más a ninguna institución autónoma. Es un modesto llamado a retroceder una o dos páginas en esta historia. ¿Cómo llegamos a una situación en la que las instituciones pueden ser agredidas o desaparecidas en un suspiro, sin que haya una oposición efectiva para defender a ninguna?


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