Por Óscar Antonio Roa
Los mitos y las historias de los héroes ficticios a los que admiramos han sido estudiados por décadas, todos ellos muestran las aspiraciones del ser humano, pero es inevitable pensar en las cosas que tienen en común todos ellos.
Parecieran haber partido de un mismo origen, como si la historia alrededor de cada personaje heroico fuera una simple repetición remitente a un mito más antiguo; desde luego, cada uno de estos relatos tienen sus características particulares; asimismo, buscan brindarle al lector un mensaje distinto sobre los logros, retos, aspiraciones e incluso la misma historia de nuestro héroe, donde sus defectos y atributos varían de tal en tal; sin embargo, la estructura de estos cuentos, narraciones e historias, guardan entre sí factores comunes o al menos así lo expuso Joseph Campbell en su teoría del monomito.
Expuesto por primera vez en el libro de “El héroe de las mil caras”, Campbell explicó las diferentes etapas por las que atraviesa el personaje principal o, mejor dicho, nuestro héroe. La primera, parte de una llamada a la aventura, es decir, un evento, objeto o persona que sacan al protagonista de su rutina, emprendiendo un viaje transformador en su vida.
La segunda, parte desde el momento en que el héroe acepta realizar la aventura, siempre guiado por una figura poderosa y sabia, quien lo ayudará en su viaje; además, durante esta etapa de desarrollo se enfrentará a los diferentes retos que lo convertirán en una leyenda, usualmente en forma de acertijos, deidades malignas u otro tipo de manifestaciones que lo derrotarán en un principio, bajando la moral de este, pero que culminan con un “renacer”, en el cual nuestro personaje alcanzará todos sus objetivos.
Por último, un desenlace en el cual nuestro héroe volverá al punto de origen, al hogar donde estaba atrapado en una cotidianeidad, con la diferencia de resaltar la evolución por la que ha pasado, llevando una vida dual entre la aventura cambiante de su ser junto con la satisfacción de regresar al lugar de donde partió.